Suenan tambores de guerra. Y lo peor de todo es que los líderes europeos parecen dispuestos a seguir una vez más al amo en una carrera suicida y absurda.
El Eje Anglosajón (EE.UU.- Inglaterra) ha tenido siempre una preocupación especial con Europa: evitar su unión completa, una que incluya a Rusia (potencia que sostuvo a Europa durante siglos) y, en general, al mundo eslavo al mismo nivel de equidad de trato. Esa unión implicaría también, por tanto, la de Eurasia, y pasaría indefectiblemente por el acercamiento germano-ruso, circunstancias que significarían el fin absoluto de la hegemonía anglosajona en el mundo.
Para evitar eso, el Eje Anglosajón contempló dos intervenciones tras la Segunda Gran Guerra interimperialista: la OTAN y el Mercado Común europeo.
Contrariamente a lo que se cree, ese Mercado, como la idea de una Europa Común, en realidad no es europea sino estadounidense. La estrategia de Washington tras la Segunda Guerra Mundial para asegurarse su dominio económico de la Europa occidental estuvo basada en la penetración de los mercados europeos por su capital. Algo en lo que se empeñó muy especialmente y obtuvo en la Alemania vencida, a la que impuso la total apertura de su economía a los productos norteamericanos y a su inversión externa directa. Después presionó para una integración de Europa Occidental a través de tratados que garantizasen la apertura de la economía de cada país a los productos de los demás. De esta forma, desde su base alemana, los capitales industriales norteamericanos tendrían a su alcance la totalidad de mercados de Europa Occidental, al tiempo que separaba más a los germanos del mundo eslavo.
Así, durante cerca de 30 años. EE UU lideró indiscutiblemente el espacio político y económico unificado en que había convertido al hasta entonces conjunto disperso de potencias capitalistas europeas occidentales.
En cuanto a la OTAN, su principal misión en principio fue establecer un cordón sanitario contra cualquier intento de acercamiento de la población trabajadora europea al mundo soviético. En 1949 tuvo lugar su fundación contra el que se contemplaría como enemigo sistémico del capitalismo, al que desde el fin de la guerra se le empezó a agredir política, diplomática, económica, mediática e ideológicamente, sin tregua, en un asedio que no paró hasta su disolución y que se reemprendió después contra su sucesora: la actual Rusia. Por una parte, había que derrotar al que los ideólogos de la OTAN empezaron a llamar el “mundo comunista”, y por otra, la OTAN debía prevenir contra la subversión interna.
Que la OTAN no estaba pensada para posibilitar un mundo en paz y de prevención de conflictos bélicos, tiene la prueba en que la URSS pidió formar parte de ella, en 1954. Obviamente se le negó, mientras sí se le concedió a Alemania el ingreso un año más tarde, con el permiso para su rearme.
Después fueron rechazadas sucesivas propuestas de la URSS, como poner las armas nucleares bajo control de la ONU o acordar la reunificación de Alemania bajo condiciones de no amenaza entre los bloques. Lo que sí haría la OTAN sería incorporar a especialistas nazis, sobre todo en tecnología armamentística y en inteligencia militar. En realidad, con la OTAN se estaban sentando las bases para la reconstrucción europea occidental bajo el mando militar de EE.UU.; también como lugar privilegiado para vender parte de su ingente excedente improductivo, esto es, del enorme arsenal de su industria militar.
Para ello lo primero que se hizo fue impedir que el partido más votado en Francia tras la Gran Guerra, el Partido Comunista Francés, pudiera acceder al poder. Igual en Italia, EE.UU. amenazó con retirarla del Plan Marshall si la coalición socialista-comunista resultaba la más votada. Con Grecia tuvieron que ir más lejos, apoyando la invasión británica para desplazar a los comunistas de sus posibilidades de hacerse cargo del país; mientras que a España y Portugal se les dejaba con las dictaduras fascistas más largas de la historia, “amigas”, eso sí, de EE.UU. y la OTAN.
No, el “mundo occidental” no se hizo ni se unificó bajo la hégira de EE.UU. de manera tan pacífica como nos han hecho creer (El método Yakarta, de Vincent Bevins, lo cuenta con detalle a partir del golpe contra Sukarno en Indonesia y el exterminio allí de alrededor de un millón de comunistas). Poco a poco el dominio de la OTAN se extendería a todo el hemisferio (sin importar si sus miembros o aliados eran “democracias” o dictaduras -las cuales, estas últimas ya se encargó de propiciar también en el Cono Sur americano, entre bastantes otros lugares). Esa organización fungiría como brazo armado de EE.UU. contra la extensión de la influencia soviética y los intentos de emancipación de los países del Sur Global.
Pero fue en Afganistán, contra la presencia rusa, que empezaría a foguearse. A partir de entonces, llevaría a cabo todo un reguero de intervenciones, contraviniendo su propia acta fundacional como organización exclusivamente defensiva. Entre sus más visibles y destacadas agresiones a terceros países están las de Yugoslavia (en 1995 y 1999) -y especialmente en Kosovo-, sin sanción de la ONU, para desmembrar el país. Intervendría también de nuevo en Afganistán, desde 2001 hasta 2021, igualmente sin autorización de la ONU; como tampoco la tuvo en su apoyo a la invasión de Irak. En cambio, sí lo haría en Libia (2011) con el respaldo de esa organización. En Siria lo lleva haciendo más o menos abierta o subrepticiamente, según el momento, desde 2014, como apoyo a la agresión y ocupación estadounidense del país.
En el caso concreto de su ofensiva contra Rusia, cabe recordar algunas cuestiones de gran importancia. El 21 de noviembre de 1990, en Francia, justo antes de la disolución de la URSS, los jefes de Estado de este país, más los de Europa Occidental, EE.UU., y Canadá, firmaron la Carta de París, la que por un momento pareció fungir como acta de defunción de la “Guerra Fría”, y que proclamó el “fin de la división de Europa” y ligó la seguridad de cada Estado a la de los demás.
Con el fin de la URSS la OTAN perdía toda razón de ser y debería haberse disuelto en ese mismo momento, aún más tras la firma de la mencionada Carta y sus promesas. Entre ellas estaba la de no extender la OTAN hacia los antiguos países del Este ni desplegar fuerzas suyas allí.
Sin embargo, lejos de ello, la OTAN fue ocupando militar y geopolíticamente los espacios que Rusia fue dejando en Europa con su retirada militar unilateral (como bien describe Poch-de-Feliu en su Entender la Rusia de Putin). Así lo haría durante la Administración Clinton en todo el Este de Europa, con excepción de Yugoeslavia, que siempre se opuso a ser una colonia europea, por lo que pronto se decidió su invasión y desmembración.
Tras el “Consenso de Washington” para establecer las nuevas reglas del juego mundial contra el Sur Global, tendría lugar la “Cumbre de Washington”, en 1999, en la que la OTAN se otorgaba el derecho a la “guerra preventiva”. Y en la cumbre de Praga (2002) acordó su expansión acelerada hacia el Este de Europa, faltando a todas las promesas dadas.
Tal “guerra preventiva” no tenía justificación alguna contra un país que había solicitado de nuevo su ingreso en la OTAN cuando dejó de ser la URSS (además de las expresas intenciones de Yeltsin al respecto, cuando Putin llegó a la presidencia quiso que Rusia fuera parte de Europa; abogó por la Gran Europa y sugirió que su país se uniera a la OTAN –nada, en conjunto, que causara más pavor al Eje Anglosajón-). Lo que ha hecho esa ofensiva ha sido poner crecientemente en alarma tanto al Báltico (e incluso las latitudes polares) como a la Europa oriental, desestabilizando el Cáucaso (con especial hincapié en Georgia) y arrasando los Balcanes.
Durante el gobierno de George W. Bush, EE.UU. (y por tanto con repercusión inmediata en la OTAN) abandonó el Tratado ABM sobre no proliferación de armas nucleares, levantando bases militares en Alaska, Europa del Este (Polonia y Rumanía), Japón y Corea del Sur, envolviendo a Rusia de armas de destrucción masiva (y de paso también acercando éstas contra China).
Así mismo, la potencia dominante se negaría a firmar el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares y el Tratado de Militarización del Espacio. En cambio, tras la Cumbre de Varsovia, en 2016, la OTAN desplegaría en el Este de Europa sistemas antimisiles, bombas nucleares avanzadas y también batallones de diversos países. En la Cumbre de Bruselas, del año siguiente, se establecía el compromiso de aumentar un 2% los gastos militares de los países miembros, una estructura militar permanente de la UE, así como que ésta se hiciese cargo de los gastos de infraestructura de la OTAN. También se dieron los acuerdos para una futura incorporación de Japón, Corea del Sur y Colombia.
Por su parte, la Administración Obama junto con la OTAN y la UE perpetrarían un sangriento golpe de Estado en Ucrania, desconsiderando que entre lo firmado en París estaba que Ucrania sería algo así como un colchón entre Rusia y la OTAN en Europa, una especie de “tierra de nadie” sin anexión a ninguna de las partes, un territorio que no albergaría armas nucleares, de cara a garantizar la seguridad rusa, dado que a una distancia de 5 minutos en términos de balística de misiles, el país agredido pierde la capacidad de responder a tiempo, y el equilibrio de fuerzas se rompe (¿puede alguien imaginarse qué haría EE.UU. si alguien diese un golpe de Estado en Canadá o en México e instalara allí armas letales apuntando a su territorio?, por hacer sólo una suposición. Y si no queremos suponer hagamos memoria de lo que estuvo a punto de pasar cuando se quisieron instalar misiles nucleares en Cuba).
Nada de aquello se cumplió. El triplete EE.UU.-OTAN-UE impuso en Ucrania un gobierno de filiación nazi, y por supuesto antirruso, en el que declarados neonazis (Partido de la Patria, Svoboda, Pravy Sektor…) pasaron a controlar los servicios de seguridad y a mantener importantes posiciones en el Ministerio del Interior y en el Parlamento, entre otros ámbitos. Tan clara estaba la jugada que por eso Estados Unidos y Ucrania fueron los dos únicos países que votaron contra la resolución de la Asamblea General de la ONU que se oponía a la glorificación del nazismo, el 12 de noviembre de 2021 (luego, sobre el mismo tema se abstendrían otros países europeos, como España, a pesar de haber arrostrado casi medio siglo de fascismo). Con ello las potencias imperiales pensaban también sustraer la única salida que mediante acuerdo con Ucrania tenía la flota rusa a los mares calientes: la península de Crimea (que por cierto fue regalada por Khruschev en 1954 a una Ucrania cuyos contornos territoriales no se estabilizaron sino hasta la formación de la URSS, como parte del territorio de la Federación de Repúblicas Soviéticas). Esta circunstancia resulta mucho más grave que si a EE.UU. le hubiesen quitado la península de Florida, ciertamente. Así que ante ese juego sucio Rusia hizo lo menos malo de lo que podría haber hecho en su defensa: pedir a los habitantes de Crimea que se pronunciasen en referéndum si querían volver a casa. Y volvieron.
Ya con Trump en la Casa Blanca se incrementarían los riesgos bélicos, al ampliarse los supuestos para utilizar armas nucleares (abandonando el Tratado INF, para la no proliferación de armas nucleares de rango intermedio); aunque a diferencia de otros gobiernos, sobre todo demócratas (de corte financiero-globalista-guerrerista), el tan vilipendiado presidente, preocupado más por taponar la propia decadencia estadounidense, no estuvo interesado en aumentar la presión sobre Rusia ni en fortalecer la OTAN.
Eso correría a cargo de Joe Biden, “el ensalzado”. Ha sido durante este breve periodo de gobierno suyo en el que nos sumimos ya en una ofensiva en toda la regla contra el país eslavo. Y de nuevo rebrota la obsesión anglosajona por separar a germanos y eslavos. EE.UU. renueva su presión contra el abastecimiento energético europeo (Nord Stream 2), dando marcha atrás en la retirada de tropas del territorio alemán. Llama a Putin “asesino”, lo que en términos diplomáticos equivale a solamente medio escalón previo a una declaración abierta de guerra. Frena la retirada de tropas de Asia occidental, y en el caso concreto de Siria (donde ocupa ilegalmente sus pozos petrolíferos), pretende reactivar la guerra con nuevas infiltraciones de paramilitares y yihadistas en el país. Provoca permanentes roces y maniobras amenazantes contra Corea del Norte y China, además del recrudecimiento de la guerra económica contra estos países. Crea el AUKUS para poner en estado de guerra también todo el Pacífico, despreciando de paso, otra vez, a Europa como “aliada”. Pero lo más descabelladamente peligroso de todo es que instiga y surte de armamento de alto poder al ejército ucraniano para desplegar masivamente sistemas de cohetes de lanzamiento múltiple, contra lo suscrito en el protocolo de Minsk.
Esto marca un peligro inminente de guerra total, especialmente sobrecogedor para las sociedades europeas, dado que Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN. De desencadenarse un enfrentamiento podría causar una destrucción masiva en el continente en cuestión de días. Mientras, aunque EE.UU. pagaría también un precio, siempre queda más alejado del escenario bélico.
Así que hoy la OTAN está extendida por el Báltico, Transcaucasia y Asia Central, completando de tal guisa un asedio a Rusia por casi todas sus fronteras, llegando hoy hasta sus mismas puertas, especialmente con las desestabilizaciones de Georgia y Ucrania, más la que se está llevando a cabo, por si fuera poco, con Bielorrusia.
Ante todo ello (que es sólo una parte de la guerra total otanera), Rusia exige a la OTAN que retire las promesas hechas en 2008 en la cumbre de Bucarest a Georgia y Ucrania de que serán admitidas en la Alianza Atlántica. Demanda también a la OTAN que aleje las maniobras militares de sus fronteras, que se acuerde la distancia mínima de acercamiento entre buques y aviones militares de ambas partes y que se reanude el diálogo entre los ministerios de Defensa de Rusia, EEUU y la Alianza Atlántica. Reitera la necesidad de que tanto Ucrania como la OTAN cumplan con el Protocolo de Minsk (auspiciado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), por el que se acordaba la resolución pacífica del conflicto con las repúblicas secesionistas de mayoría rusa, de Donetsk y Lugansk (que incluye la remoción del armamento pesado de cara a crear una zona de seguridad, la prohibición de acciones ofensivas y la del vuelo de aviones de combate en aquella zona). Asimismo, Rusia ha vuelto a poner sobre la mesa su propuesta de que EEUU se sume a la moratoria unilateral de Moscú al emplazamiento de misiles de corto y medio alcance en Europa y de que se establezcan medidas de verificación.
Lejos de hacer caso a esas propuestas, la OTAN, y con ella todos los grandes media europeos, nos machacan sin cesar con noticias sobre la “amenaza rusa”. Pensémoslo un momento. La “preocupación” expresada por los líderes de “Occidente” viene porque Rusia está moviendo tropas… en la propia Rusia. ¿Dónde están desplegando tropas la OTAN y EE.UU. y quiénes emprendieron toda esta espiral de presión diabólica? Serían buenas preguntas a hacerse por la ciudadanía europea.
El último paso de esa espiral hacia la guerra total ha sido la convocatoria por parte de Biden de una Cumbre para la Democracia los pasados 9 y 10 de diciembre. Muy curiosa, en verdad, porque el mundo ya tiene una cumbre regular para la democracia y se llama Asamblea General de las Naciones Unidas. Hoy en día hay 193 países miembros de la ONU signatarios de la Carta de esa organización, con obligaciones para cada Estado. Entre ellas las del artículo 2, que dice que (1) la ONU se basa en “el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros”; (2) que los miembros de la ONU “arreglarán sus controversias internacionales por medios pacíficos”. Es el mayor documento de consenso del planeta.
Contra su costumbre, una China que ha decidido empezar a hacer valer su peso internacional, ha respondido esta vez a las patochadas estadounidenses sobre la democracia (The State of Democracy in the United States - Global Times; https://espanol.cgtn.com/n/2021-12-09/GCCeIA/cgtn-lanzara-serie-destacada-democracia-estadounidense-un-contraste-con-la-realidad/index.html). Cuba (junto con los países del ALBA) también respondió en esta ocasión, diciendo que un Estado en el que la guerra es su negocio más lucrativo tiene poco que proponer al resto del mundo, y que en esa reunión no se dio respuesta a ninguno de los grandes problemas que acucian a la humanidad, como el hambre, las desigualdades monstruosas, las masivas migraciones forzadas, el crimen organizado o la propia gestión de la pandemia (https://www.latercera.com/mundo/noticia/gobierno-cubano-tilda-de-irreal-y-demagogica-cumbre-para-la-democracia-impulsada-por-biden/BIZCHHK5WVC25AEYEYZSJYDDWA/). Luego añadió que poca democracia puede hacer servir de ejemplo EE.UU. cuando ampara y procura dictaduras en todo el mundo, promueve golpes de Estado y agita redes paramilitares por doquier. En general, la “comunidad internacional” no-occidental se queda perpleja ante un país que exime razones de supuestas violaciones de derechos humanos, sobre todo contra minorías, para atacar con unas otras formas de guerra a otros países, cuando en el suyo practica un sistemático racismo institucional y la más absoluta marginación de sus minorías originarias.
Pero vayamos más allá del uso de los Derechos Humanos como arma de guerra y de la retórica sobre “democracia” (por cierto, que la propia publicación The Economist confirma que EE.UU. presenta serias carencias en la misma –la llama “flawed democracy”-, y le otorga el puesto 25 en el “democracímetro” mundial que se arroga el privilegio de poseer). Con ella se pretende dividir definitivamente al mundo en dos mitades: la que sigue sumisamente los dictados de la potencia anglosajona y la que ha empezado a revelarse frente a su unilateralismo mortífero. En realidad, todo eso no quiere decir sino que EE.UU. no está dispuesto a dejarse relevar pacíficamente y está reclamando un cierre de filas en su guerra. Por eso planifica, no importa la contradicción en los términos, extender la OTAN al hemisferio sur, especialmente para preservar a América como su Isla-Continente frente a las otras potencias; razón por la cual necesita destruir también cualquier experiencia autónoma de desarrollo, cualquier atisbo de soberanía, empezando por la cubana, pero también hoy especialmente las de Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Ya está asegurada la presencia de la Alianza Atlántica en las Malvinas, por ejemplo, y prepara insertarla también en Colombia, un país que practica un brutal terrorismo de Estado permanente contra su población (por más que el ultraderechista Felipe VI, riéndose una vez más de todas las víctimas, entregara el premio “World Peace & Liberty” de la World Jurist Association a uno de los mayores perpetradores de ese terrorismo, Iván Duque, al tiempo que “exaltaba” la “democracia” colombiana).
Suenan tambores de guerra. Y lo peor de todo es que los líderes europeos parecen dispuestos a seguir una vez más al amo en una carrera suicida, absurda además, desde cualquier aspecto económico o de mercado, por no hablar ya desde el punto de vista energético. Mientras, el amo queda a miles de kilómetros de distancia, listo para presenciar cómo se hunden de nuevo los europeos.
Y en Europa (y en España en concreto) sigue aumentando nuestra contribución a la OTAN, como nuestro gasto militar; al tiempo que la sanidad o la educación públicas se ven con menguantes recursos, las pensiones se devalúan sin parar y el “derecho a la vivienda” se ve como una utopía cada vez más lejana por millones de personas. Y luego dicen que de esta pandemia “salimos todos juntos” o “que nadie va a quedar atrás” y otras patrañas como esas.
- Andrés Piqueras, Profesor de Sociología de la Universitat Jaume I (Castellón). Miembro del Observatorio Internacional de la Crisis
Fuente: Alainet