Argentina atraviesa por uno de los momentos más críticos de su historia. No se refiere a riesgos nucleares o climáticos, tampoco a los de una guerra convencional.
Argentina atraviesa por uno de los momentos más críticos de su historia. No se refiere a riesgos nucleares o climáticos, tampoco a los de una guerra convencional.
Se trata de saber si continuará su declive hacia la nada o si dará una respuesta que nos salve de este naufragio seguro al que nos conducen las políticas que sucesivos gobiernos vienen sosteniendo.
En los próximos pasos que se den respecto al Fondo Monetario Internacional (FMI) se juega gran parte de su futuro. El almanaque nos acerca fechas de inexorables vencimientos, cuando es notorio y de público conocimiento que el país no está en condiciones de cumplir con tales obligaciones.
Como suele pasar hasta en las “mejores familias”, cuando las cosas van mal las deudas se amontonan. En efecto, llueven reclamos por los cuatro costados. En estas circunstancias es poco y nada lo que se habla de las deudas que no sean con el FMI. Los compromisos que asumiera Axel Kicillof (cuando era Ministro de Economía de Cristina Fernández de Kirchner) con el Club de París y otros vencimientos de cercano cumplimiento están opacados por la inminencia de los reclamos del FMI.
Están referidos al insólito y criminal endeudamiento de Mauricio Macri, por 57 mil millones de dólares, 44 de los cuales fueron transferidos y el país está pagando. Desde el gobierno anunciaron que el monto cercano a los 1.900 millones, que vencen el 22 de diciembre, será cubierto. Se usarán para ello, como ya se hizo con un vencimiento anterior, los “dólares DEG” que transfiriera el FMI con destino a cubrir efectos de la pandemia.
Mediante algunos enjuagues, autorizados por el FMI, esos mismos fondos ahora volverían a su lugar de origen para pagar estas cuentas. (Es para cumplir la regla: “Yo te doy, tú me das y todo sigue igual”)
Durante el primer trimestre del año próximo se suceden varios vencimientos. El 9 de enero, se deben pagar 690 millones a acreedores privados, por intereses de un bono del canje y hay otros dos pagos al FMI (enero y febrero) por otros mil millones.
En febrero se transferirán 195 millones al Club de París como multa por no haber pagado el vencimiento de mayo de 2021; en marzo, al FMI se le deben pagar 2.900 millones y en el mismo mes al Club de París otros 1.900 millones no pagados en mayo.
Todo ello suma más de 6.600 millones de dólares, buen parte de esos pagos serían prorrogables de mediar un acuerdo con el FMI. De lo contrario son impagables.
Entre el 2022 y 2023 el país debería pagar más de 15 mil millones. Argentina, como “pagadora serial” -como alguna vez lo definiera Cristina-, llegó al límite de sus posibilidades. Si no corta esa cadena seguirá siendo eterno deudor, que es lo que le conviene a los organismos financieros internacionales, para mantener el control sobre el país y su economía.
La contracara de esta situación es la que padece el pueblo. Pocas veces, como ahora, está tan clara la opción que se tiene delante de las propias narices. Llegó la hora de decidir: cumplir con la deuda interna con el pueblo o pagarle al FMI.
Desde 1956, cuando Argentina se incorporó al FMI,después del Golpe de Estado contra Perón en 1955, siempre –con brevísimas excepciones- las respuestas han sido semejantes. Arreglar, acordar, negociar… sobre el hambre, la miseria y decadencia de los argentinos. Las famosas “condicionalidades” del FMI han sido el instrumento para someternos.
Por otra parte, sabemos que tales deudas son –mayoritariamente- odiosas y fraudulentas, inclusive así lo declaró (13 julio 2000) el Juez Federal Jorge Ballestero. No obstante esa declaración, el Parlamento guarda cómplice silencio y sin más investigaciones sobre su legalidad y legitimidad, se sigue pagando.
El gobierno insiste en acordar. El Plan Plurianual, que será sometido a la aprobación parlamentaria, es el nombre del nuevo instrumento que garantice la entrega a los sectores financieros internacionales, que tienen al FMI como abanderado y custodio de sus intereses.
Todos los defensores del sistema vigente empujan al gobierno a acelerar la firma de un acuerdo. El gobierno acorralado por estas presiones y su extrema debilidad busca encontrar los argumentos que le permitan encubrir la infamia de lo que va a firmar.
La central de trabajadores CGT hace lo propio con su carta al “niño Dios” e ignorando la experiencia de estas largas décadas de retroceso reclaman que “cualquier arreglo implique pagar la deuda con crecimiento económico y no con ajuste”.
Son muchos los que -guiados por la “inocencia” de su buena fe o los intereses que defienden- siguen sosteniendo la idea del acuerdo. Imaginan –o simulan hacerlo- que allí se encontrará una solución a los problemas. A ellos les recordamos las palabras de Alejandro Werner, un argentino que fue director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI quien augura que un acuerdo con Argentina no pasa de ser “una curita para retrasar la corrida bancaria”.
Si el país pierde esta oportunidad histórica de recuperar su soberanía, serán generaciones y generaciones de argentinos las que pagarán, con sus sufrimientos, esa bajeza.
Ya conocemos el argumento central de quienes promueven este acuerdo. Nos corren con el argumento que, de lo contrario, el aislamiento internacional traerá mayores dolores al pueblo. En ese sentido solo cabe recordar que el país lleva casi siete décadas de esta política y la Argentina sigue la ruta de su fractura social, el desguazamiento territorial y su inviabilidad histórica.
Seguramente una medida rupturista traerá problemas y sacrificios, pero ellos redundarán en la construcción de una soberanía que permitirá que no se fugue el esfuerzo de sus hijos, alimentando un futuro distinto y no la continuidad de esta decadencia que nos va destruyendo poco a poco.
De un solo tiro Cristina volteó varios pájaros pero… dejó un interrogante
La segunda carta de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, -la primera fue después del descalabro de las internas (PASO)-, dejó mucha tela para cortar. Si la primera fue un duro y directo mensaje al presidente Alberto Fernández, ésta tiene varios destinatarios.
Al FMI le avisa -sobre los eventuales acuerdos a firmar- que lo que se decida no es su decisión. Pero al mismo tiempo insinúa que ella no pondría reparos a lo que se firme.
A Alberto le deja toda la responsabilidad. Recuerda –como si hiciera falta- que la Constitución así lo determina. Volviendo atrás sobre algunas frases de la primera carta, aclara que es Alberto quien tiene la lapicera.
A la oposición le pide que se haga cargo. Es lo más sensato de esta misiva viendo la actitud de una oposición donde se hacen los tontos oscilando entre la duda, el titubeo y la vacilación.
Más que una carta parecía una “verónica”, ese movimiento de los toreros que tanto encantan a los fanáticos de la tauromaquia. Allí van de la mano la belleza de los movimientos del torero y su manejo de la capa con el miedo que transita por la tribuna ante los riesgos de esos desplazamientos.
Al terminar esa maniobra todos respiran satisfechos.
Ese mismo sentimiento de seguridad habrá acompañado a Cristina luego de entregar esa segunda carta, seguramente satisfecha de haber colocado en su lugar a diferentes actores de esta realidad. Pero le faltaba considerar un detalle. Había sido precisa en el hecho de haber puesto en evidencia a los demás, pero nada había dicho respecto de sí misma.
Es posible que –en su fuero íntimo- Cristina se considere fuera de toda responsabilidad por los pasos y contrapasos de Alberto, al frente del gobierno. Pero… ¿cuántos le creerán de esa ajenidad respecto al gobierno de Alberto, a quien designó en soledad y bajo su exclusiva responsabilidad?
Además de todo lo dicho Cristina dejó sembrada la semilla de la incertidumbre futura al referirse a la posibilidad de “irse a la casa” si los acuerdos con el FMI están fuera de lo que considera un compromiso digno.
Esa afirmación puede ser un recurso discursivo, una amenaza de ruptura o simplemente encierra la posibilidad de dejar esta larga carrera, ganada por el cansancio físico o moral ante lo que estima como una insuficiente respuesta del “Presidente delegado” y sus seguidores.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).