Por Thierry Meyssan para Voltairenet.
Caricatura del artista palestino Mo Qasem. https://bit.ly/3xOGXOT
El Tratado que Francia e Italia acaban de firmar en Roma y el proyecto de la coalición gubernamental del próximo canciller de Alemania, Olaf Scholz, son incompatibles con la historia de la Unión Europea. París y Berlín acaban de dar pasos concretos que sólo pueden dar inicio a la inevitable disolución de la Unión Europea.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill imaginó un sistema que permitiría a los anglosajones garantizar que Europa occidental no cayera en manos de la Unión Soviética para que ellos pudieran mantenerla bajo su propio control. Se trataba de crear un mercado común europeo con los países arruinados por la guerra que aceptaran el Plan Marshall [1].
En aquella época, Estados Unidos y Reino Unido avanzaban de manera coordinada. En pocos años sentaron las bases de nuestro mundo: la OTAN es una alianza militar cuyo control ejercen Washington y Londres mientras que lo que acabaría convirtiéndose en la Unión Europea es la organización civil donde los anglosajones alinean a sus aliados. Claro, los miembros de la primera no son necesariamente miembros de la segunda, pero no es menos cierto que las dos tienen sus sedes respectivas en Bruselas y que ambas son de hecho las dos caras de la misma moneda. Los servicios comunes de ambas estructuras están discretamente instalados en Luxemburgo.
Luego de la crisis entre Washington y Londres, en el momento de la expedición de Suez, el Reino Unido –que estaba perdiendo su imperio– decidió incorporarse a aquello que todavía no era la Unión Europea. En 1958, Harold Macmillan fracasó en esa misión pero Edward Heath finalmente lo logró en 1973. Sin embargo, la correlación de fuerzas siguió evolucionando y el Reino Unido abandonó la Unión Europea a finales de 2020, volviéndose nuevamente hacia su antiguo imperio, bajo la noción de la «Global Britain».
Todos los documentos de la Unión Europea se traducen a cada una de las lenguas oficiales de sus países miembros, más el inglés, que se convirtió en la lengua oficial de la UE a pesar de que ninguno de sus miembros actuales lo tiene como idioma oficial. Y no es porque el Reino Unido haya sido miembro de la Unión Europea sino porque esta última se halla bajo la “protección” de la OTAN, lo cual se estipula en el artículo 42, párrafo 7 del Tratado de Lisboa, impuesto a los pueblos europeos sin consulta en lugar del Tratado Constitucional que los electores habían rechazado [2].
Alemania, país que hasta 1990 vivió bajo la ocupación de las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, se adaptó a no seguir siendo una potencia militar. Todavía hoy los órganos de inteligencia alemanes –reorganizados por Estados Unidos con la contribución del antiguo personal nazi– siguen estando al servicio de los antiguos ocupantes occidentales mientras que el Pentágono mantiene en suelo alemán importantes bases militares, bajo un estatus de supuesta extraterritorialidad.
Francia, por el contrario, sueña con ser militarmente independiente. Fue por eso que Charles de Gaulle, después haber sido el líder de la Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial, sacó a Francia del mando integrado de la OTAN en 1965. Pero, otro presidente, Nicolas Sarkozy, la reincorporó al bloque militar en 2009. Hoy en día, las operaciones de las fuerzas armadas francesas en el exterior se desarrollan bajo la supervisión de generales estadounidenses.
Alemania y Francia asumieron por años el liderazgo de la entidad que hoy conocemos como la Unión Europea. El presidente francés Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl concibieron la transformación de la Comunidad Económica Europea en una entidad supranacional –la Unión Europea– capaz de rivalizar con la URSS y China pero que seguiría siendo vasallo de Estados Unidos. Esta estructura, a la cual se incorporaron –por exigencia de Estados Unidos– los ex miembros del Pacto de Varsovia, a la vez que pasaban a ser miembros de la OTAN, se convirtió en una gigantesca burocracia.
A pesar de las apariencias, el Consejo de jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea no es un súper gobierno sino una caja de resonancia de las decisiones de la OTAN. Esas decisiones se toman en el Consejo del Atlántico Norte, controlado por Estados Unidos y Reino Unido, se transmiten a la Comisión Europea y al Parlamento Europeo y son en definitiva ratificadas por el Consejo Europeo.
Es importante saber que la OTAN tiende a meterse en todo: desde los ingredientes del chocolate (la ración del soldado incluye una barra de chocolate) hasta la construcción de los puentes europeos (ahora los puentes que se construyen en Europa tienen que ser utilizables para el tránsito de los tanques de la OTAN), pasando por las vacunas anticovid (hay que velar por la salud de los civiles para que los militares estén sanos) y las transferencias bancarias (para vigilar las transacciones “enemigas”).
Las fuerzas armadas de Reino Unido y Francia eran los dos únicos ejércitos con un peso real en la Unión Europea. Así que iniciaron un proceso de acercamiento con la firma de los Tratados de Lancaster House, en 2010. Pero vino el Brexit y el ejército francés volvió a quedarse solo, como pudo verse con la reciente anulación de la compra de submarinos franceses pactada con Australia, anulación que favoreció al Reino Unido.
La única opción que le quedaba a Francia era acercarse a las fuerzas armadas de Italia, a pesar de que estas son dos veces más pequeñas que las fuerzas armadas francesas. Eso es lo que acaba de decidirse con la firma del Tratado del Quirinal, el 26 de noviembre de 2021. Esta maniobra se vio facilitada por la afinidad evidente entre el presidente francés Emmanuel Macron –quien fue banquero con Rothschild– y el primer ministro italiano Mario Draghi –ex banquero en Goldman Sachs– y su liderazgo común en la respuesta política ante la epidemia de coronavirus. De paso también vale la pena observar la increíble jerga políticamente correcta que caracteriza la redacción de este documento, muy lejana de las tradiciones latinas [3].
Mientras tanto, en Alemania, la canciller Angela Merkel deja ese cargo en manos de Olaf Scholz, a quien no le interesan las cuestiones militares ni los déficits presupuestarios de Francia y de Italia. El acuerdo de coalición de su gobierno [4] simplemente alinea la política exterior alemana tras la política exterior de los anglosajones, o sea la de Washington y Londres.
Hasta ahora, los gobiernos alemanes encabezados por Angela Merkel luchaban contra el antisemitismo. El gobierno de Scholz va mucho más lejos y se compromete a respaldar «todas las iniciativas que promuevan la vía judía y promuevan su diversidad». Ya no se trata de proteger a una minoría sino de «promoverla».
En cuanto a Israel, país que Estados Unidos y Reino Unido crearon siguiendo una lógica imperial [5], el acuerdo de la coalición alemana de gobierno estipula también que «la seguridad de Israel es un interés nacional» de Alemania y promete bloquear «los intentos antisemitas de condenar a Israel, incluso en la ONU». Precisa además que Alemania seguirá apoyando la solución de los dos Estados ante el conflicto israelo-palestino –lo cual es una manera de decir que se opondrá al principio de «una persona, un voto»– y expresa regocijo ante la «normalización» de las relaciones entre Israel y los países árabes. El gobierno Scholz entierra así la política tradicional del SPD, olvidando que Sigmar Gabriel, siendo ministro alemán de Exteriores (de 2013 a 2018) calificaba el régimen israelí de «apartheid».
Olaf Scholz es un abogado preocupado sobre todo por hacer funcionar la industria de su país en base a un compromiso entre obreros y patronos. Nunca estuvo demasiado presente al tratarse de temas internacionales y ha designado como ministro de Exteriores a la jurista verde Annalena Baerbock. Esta última no sólo es partidaria de liquidar el uso de los combustibles fósiles sino que trabaja como agente de influencia de la OTAN, así que clama a toda voz que Ucrania debe convertirse en miembro de la OTAN y de la Unión Europea, milita contra Rusia y por ende rechaza el gasoducto Nord Stream 2 mientras que promueve la construcción en Europa de terminales especializadas para recibir por barco gas importado desde Estados Unidos, a pesar del costo exorbitante de tales instalaciones. Además, califica a China de «rival sistémico» y apoya a todos los separatistas que puedan afectar en algo a ese país –el separatismo taiwanés y también a los separatistas tibetanos y uigures.
Así que es previsible un lento alejamiento de las políticas de Alemania y de Francia y hasta el probable resurgimiento del conflicto que enfrentó a esos dos países y que dio lugar a 3 guerras entre 1870 y 1945.
Contrariamente a lo que afirma la propaganda, como señalé al principio, la Unión Europea no fue creada para garantizar la paz en Europa occidental sino para mantener a las poblaciones de esa parte de Europa en el bando de los anglosajones durante la guerra fría. Así que el conflicto franco-alemán nunca llegó a resolverse.
Lejos de instaurar la paz, la Unión Europea sólo escondió el problema franco-alemán bajo una especie de manta sin tratar de resolverlo. Peor aún, durante las recientes guerras en la antigua Yugoslavia, Francia y Alemania llegaron a enfrentarse militarmente: Alemania apoyaba a Croacia mientras que Francia respaldaba a Serbia. Berlín y París se concertaban dentro de las fronteras de la Unión Europea pero se hacían la guerra fuera de ellas y los especialistas en operaciones especiales saben que hubo muertos de ambas partes.
Las políticas exteriores eficaces son aquellas que traducen la identidad de sus naciones. El Reino Unido y Alemania siguen hoy su camino, como naciones orgullosas de ser lo que son.
Eso no sucede con Francia, hoy en plena crisis de identidad. El presidente francés Emmanuel Macron aseguraba al principio de su mandato que «no hay una cultura francesa». Luego, bajo la presión de los franceses, Macron cambió de discurso… pero su pensamiento sigue siendo el mismo.
Francia cuenta con medios, pero ya no sabe qué es ni adónde va. Sigue persiguiendo la quimera de una Unión Europea independiente, que rivalizaría con Estados Unidos, mientras que los otros 26 miembros de la UE quieren otra cosa. Pero Alemania comete un grave error al apostar por el «paraguas nuclear» estadounidense en momentos en que Estados Unidos ha entrado en un proceso de descomposición.
Es evidente que acabamos de entrar en la fase de disolución de la Unión Europea, una estructura tan anquilosada que será una suerte para cada uno de sus miembros tener la oportunidad de recuperar su plena independencia. Pero será también, y sobre todo, un desafío que puede rápidamente tomar un cariz dramático. Estados Unidos está desmoronándose sobre sí mismo, así que la Unión Europea se verá pronto sin amo a quien obedecer. Los países que forman parte de esa entidad tendrán que posicionarse cada uno ante los otros. Es tremendamente urgente que los europeos comiencen a entenderse entre sí, ya no como simples socios comerciales sino como compañeros en todo. No hacerlo los llevará inevitablemente a la catástrofe, a la guerra generalizada.
Ya se ha podido comprobar que todos los miembros de la Unión Europea –con excepción de los ingleses, que en definitiva ya la abandonaron– tienen en común ciertos elementos culturales. Esos elementos son también parte de la cultura de Rusia, más cercana de la cultura europea que la del Reino Unido.
Ahora se hace posible reconstruir Europa, pero no como una burocracia centralizada sino como una red de Estados, abriéndola a quienes se vieron artificialmente marginados por los anglosajones deseosos de garantizar su propia dominación sobre el continente durante toda la guerra fría. De eso hablaba Charles de Gaulle cuando, oponiéndose a Winston Churchill, se declaraba partidario de una «Europa de Brest a Vladivostok».
Por Thierry Meyssan para Voltairenet.