El que confía en Dios, se somete a Sus decisiones y Le encomienda todos sus asuntos. Pero, ¿es suficiente confiar en el Todopoderoso y no hacer nada nosotros mismos? La respuesta a esta pregunta se encuentra en el libro “Los buenos modales de los justos” de Sheij Ahmad Afandi.
El compañero Anas ibn Malik (que el Señor esté complacido con él) narró: “Un hombre se acercó al Profeta (PB) y le preguntó: “Oh Mensajero de Dios, ¿debo atar a mi camello o confiar en Dios?”. El Profeta (PB) dijo: “Ata el camello y confía en Dios”.
La esperanza no implica la negativa a utilizar los medios y la prudencia en los hechos. Por el contrario, una persona razonable debe ser juiciosa y cuidadosa en los negocios y buscar los medios que la gente suele utilizar para lograr sus objetivos.
En otras palabras, el propósito de la esperanza no es sustituir el uso de medios para perseguir buenos fines. Sin embargo, una persona verdaderamente confiada no se basa solo en lo que recibe de las personas en la realización de sus planes.
Según lo que se ha dicho, la esperanza es lo que engendra la verdadera fe. Por tanto, si no hay esperanza, no hay fe. Porque la fe es el reconocimiento de la unidad de Dios y la comprensión de que todo lo que sucede proviene de Él. Y el que confía en alguien o en algo que no sea el Señor, de hecho, no reconoce la unidad del Supremo, no importa cuánto lo afirme.
La medicina que lleva a una persona a la esperanza es el conocimiento de cinco cosas: primera, la constante comprensión de que Dios conoce muy bien su condición; la segunda es la convicción de la perfección del poder de Dios; la tercera es la convicción de que el Señor no sufre el olvido ni el descuido; la cuarta es la convicción de que el Creador cumple lo prometido y la quinta es la convicción de que el Creador es el Más Generoso, que nos da todo lo que necesitamos.