Por Santiago O'Donnell para Página12.
A Julian Assange lo metieron preso por lo que publicó. No por robar, no por matar, no por cometer actos violentos y mucho menos terroristas.
Ni siquiera lo metieron preso por lo que piensa. Fue por publicar a cualquier precio pero no cualquier cosa. No publicó chismes ni intimidades. Publicó filtraciones muy fuertes de Rusia y de China, además de Estados Unidos. Revelaciones de su Australia natal, de Kenia, Indonesia y Perú. Cruzó un límite cuando publicó cientos de miles de cables de embajadas estadounidenses, exponiendo los crímenes que esos cables detallan. Y pagó el precio. Por su defensa tecnológica del independentismo catalán había quemado sus últimos puentes con las potencias de la Unión Europea. Por eso lo metieron preso: por publicar hasta quedarse solo.
Lo vi gastar sus últimos cartuchos en la embajada de Ecuador cuando preparaba Vault Seven, la mayor filtración de la historia de la CIA. Tenía a Donald Trump comiendo de su mano después de conquistarlo con la publicación de los mails de Hillary Clinton, un hecho determinante en el triunfo electoral del magnate norteamericano. Con el apoyo de Trump, Assange se había ganado su libertad, su prosperidad y el fin del calvario de años de encierro en tres cuartos de embajada. Solo tenía que no publicar. Pero publicó. Nada menos que Vault Seven, documentos ultrasecretos que muestran cómo la CIA espía celulares y televisores inteligentes. Ahí es cuando se reunieron los espías de la CIA de Trump y se pusieron a pensar cómo hacían para matarlo. Se supo hace un mes gracias a una investigación de Yahoo! News que el propio director de la CIA de entonces, Mike Pompeo, confirmó diciendo que la fuente anónima que dio la información debería ser criminalizada.
Ese es el problema. Mientras que en estos días se decide la suerte de Assange en un extraordinario juicio de extradición en Gran Bretaña a pedido de Estados Unidos, es importante decir que lo metieron preso y lo quieren matar por publicar. Y que por eso lo quieren mostrar como una especie de terrorista solitario con aires de intelectual, una especie de Unabomber que amenaza la seguridad estadounidense. Pero Unabomber, además de haber escrito un manifiesto anticapitalista, usaba explosivos que mataban personas. En el caso de Assange, las bombas son sus verdades. Jamás, ni siquiera en Suecia, ha sido tan siquiera acusado de ejercer la violencia en cualquiera de sus formas. Ni él ni ningún miembro de WikiLeaks, pasado o presente. Más aún, nadie ha podido demostrar que alguien haya muerto a raíz de las revelaciones de WikiLeaks. Pero el sitio publicó verdades muy pesadas. Tanto que a su editor lo metieron preso y lo quieren matar.
O, para ser más precisos, las palomas tipo Joe Biden, Hillary Clinton y Barack Obama lo quieren preso. Igual que muchos ingleses, suecos y ecuatorianos, por solo mencionar a los directamente involucrados en esta historia. En cambio los Pompeo, los amigos de Trump y los espías británicos y estadounidenses prefieren verlo muerto. Y si no lo pueden matar con un dron porque sólo aplican esa clase de castigo sumario a personas de rasgos arábigos que viven en países lejanos, y ya que no pueden freírlo en una silla eléctrica porque ningún tribunal lo va a condenar a muerte en Estados Unidos, van a tratar de hacer que se pudra en una cárcel. O que se vuelva loco, que para el caso es lo mismo.
Ya lo tuvieron siete años encerrado en un pedacito de embajada a la vuelta de Scotland Yard. No lo dejaban respirar. De día ni se acercaba a las ventanas por miedo a que le disparen. Por las noches se escondía detrás de las cortinas y le sacaba fotos a los policías y espías que lo vigilaban. Pobre, pensaba todo el tiempo que lo iban a matar.
Guardaba sus amenazas de muerte prolijamente en una carpeta que siempre tenía a mano para mostrarle a sus amigos y a los periodistas que lo iban a ver. Él ya sabía que lo querían matar pero aún gozaba de dos libertades que para él eran todo, o casi: “tengo acceso a internet y visitas ilimitadas,” me dijo confiado más de una vez, mientras el gobierno ecuatoriano de Rafael Correa lo cobijaba con cama, comida, asilo y ciudadanía. Después vino Lenin Moreno y primero le sacó una habitación, la sala de reuniones, prácticamente un tercio de su preciado territorio. Después le recortó las visitas, después le sacó la compu y al final lo tiró a los perros ingleses que entraron a la embajada para llevárselo de los pelos a la peor celda que pudieron encontrar. Todo eso y más a cambio de un crédito del Fondo Monetario Internacional. Assange terminó en la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh entre asesinos seriales y pesados de caño, aislado, enfermo, casi siempre lejos de su familia y abogados por disposición de funcionarios anónimos que se esconden detrás de la burocracia de la pandemia, y por la inacción de Su Señoría Vanessa Baraister, la jueza del caso. Encima en las audiencias de su juicio lo exhiben en uniforme carcelario, encerrado en una jaula de vidrio, como si fuera la reencarnación rubia de Abimael Guzmán.
Por eso el fallo de Baraister a favor de Assange contiene un par de, digamos, mentiras, que no conviene mencionar en voz alta porque a fin de cuentas es un fallo a favor de Assange que muy pocos esperaban, que Estados Unidos apeló y en pocos días más se decide esa apelación. El fallo dice, en esencia, que Estados Unidos tiene razón en que Assange es un peligroso terrorista que se choreó un montón de información. Sin embargo, agrega la jueza, no lo pueden extraditar porque está muy deprimido, las cárceles estadounidenses son muy rigurosas y es probable que en semejantes condiciones Assange encuentre la manera de suicidarse. Las mentiras de la jueza no están en aceptar que Assange es un peligroso terrorista que choreó información. OK, no choreó información, se la pasaron, y no atacó a nadie. Pero en todo caso es lo que dice el pedido de extradición. La mentiras de la jueza son, primero, dar a entender que no lo manda a Estados Unidos porque supuestamente las cárceles de ese país vendrían a ser mucho peores que la inglesas. La segunda mentira es dar a entender que a la jueza le importa la salud mental de Assange cuando es tanto lo que podría haber hecho para mejorarla.
¿Cuánto lleva preso y aislado? ¿Dos años? ¿Tres? ¿Tres más siete en la embajada? En la vida de Assange horas, días, meses y años se suceden en un trance continuo, me contó una vez, como una película que nunca termina. No hay que criticar el fallo de la jueza porque es a favor y hay que esperar calladitos que se decida la apelación, pero uno no puede dejar de pensar que el fallo llegó después de que los que quieren verlo muerto perdieran las elecciones con los que quieren verlo preso. Y los que quieren verlo preso prefieren que se pudra en una cárcel lejos de Estados Unidos: no quieren un juicio que sería un papelón en un país con una Primera Enmienda constitucional que defiende la libertad de expresión. Entonces la jueza falla a favor de Assange pero lo deja encerrado para que se vaya muriendo de a poco. Estirando el proceso pese a que Assange no tiene ninguna cuenta pendiente con la justicia británica. En una cárcel de máxima seguridad pese a que nunca mató ni a una mosca.
Se podría decir, desde nuestro chauvinismo, que la jueza le aplicó a Assange la doctrina Irurzun. Pero sería más justo decir que Irurzun aplicó en Argentina la doctrina Assange: castigo preventivo para no depender del resultado un juicio.
El tema es que lo metieron preso y lo quieren matar por lo que publicó. Y no es porque lo odian. O no es solo por eso. Las razones de Estado van más allá. Lo quieren silenciar y lo quieren ver sufrir porque publicó verdades que nunca más deben salir a la luz. Y para que eso no vuelva a pasar, nadie más debe atreverse a publicarlas sin sentir el riesgo de terminar loco o muerto o pudriéndose en alguna cárcel de máxima seguridad. Entonces mejor callamos o publicamos pavadas. Por eso su liberación inmediata es tan importante para el oficio, para la libertad de expresión y para la democracia. Por eso miles de personas en todo el mundo exigimos que lo suelten y lo dejen en paz. Ojalá se sumen muchos más.
“Conseguir información es fácil, lo difícil es publicar,” me dijo una vez. Tan difícil que lo metieron preso y lo quieren matar. Por publicar.
Por Santiago O'Donnell para Página12.