Estados Unidos perdió la guerra en Siria y ha tenido que dejar ese país bajo la protección de Rusia.
Pero ahora sigue tratando de destruir los Estados en los países del Cuerno de África. Siguiendo esa estrategia, Estados Unidos ha exacerbado las rivalidades entre tribus sudanesas y trata de presentar la destitución de ministros civiles por parte de los militares como un «golpe de Estado militar». En realidad, los militares sudaneses tratan de preservar la unidad del país después de la secesión de Sudán del Sur.
Un conflicto particularmente sangriento entre poblaciones del norte y del sur de Sudán marcó la pasada década. Las apariencias de todo aquello eran engañosas ya que mercenarios contratados por varias empresas estadounidenses de “seguridad”, como DynCorp International, luchaban allí haciéndose pasar por combatientes locales. Finalmente, países autoproclamados «Amigos de Sudán» (Estados Unidos, Noruega y Reino Unido) impusieron el acuerdo de Naivasha, que condujo, en 2011, a la secesión de Sudán del Sur, actualmente bajo un protectorado de facto de Estados Unidos e Israel.
Aquella guerra, iniciada por rivalidades locales pero deseada y financiada por Estados Unidos, permitió la creación de un Estado títere desde donde se amenaza y se vigila a los vecinos de Israel. Desde 1950 y hasta 1970, Israel pretendió anexar territorios o crear nuevos Estados en el sur de Líbano (al sur del río Litani), en el oeste de Siria (la región del Golán) y en Egipto (en la región del monte Sinaí), invocando su propio «derecho a la seguridad». Posteriormente, con la proliferación de los misiles de alcance intermedio, Israel prosiguió la misma estrategia pero ya tratando de crear Estados títeres que pudieran atacar a los vecinos de Israel desde la retaguardia. Así apareció Sudán del Sur en 2011 y se trató de impulsar la independencia del Kurdistán iraquí en 2017.
En abril de 2019 volvió a hablarse de Sudán, durante el derrocamiento allí de la rama rebelde de la Hermandad Musulmana, dirigida por el entonces presidente sudanés Omar al-Bashir. Rápidamente resultó que el poder había pasado a las manos del líder yanyauid Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como «Hemidti», quien se había convertido en mercenario, utilizado en Yemen por Arabia Saudita contra los hutis. Como estaba acusado de crímenes de guerra perpetrados durante el conflicto de Darfur –en el sudoeste del Sudán actual– Hemedti prefirió actuar utilizando como pantalla al jefe del estado mayor de las fuerzas armadas sudanesas, el general Abdel Fattah al-Burhan, y apareciendo sólo como su «segundo» [1].
En junio de 2019, Alemania, recurriendo al mismo método ya utilizado antes para dividir Sudán y estimular la secesión de Sudán del Sur, organizó otro grupo informal de «Amigos de Sudán» y una videoconferencia desde Berlín. Durante aquella reunión virtual “aparecieron”, como un conejo sacado de un sombrero, unas nuevas reglas del juego para una «transición democrática», sin que nadie supiera quién había concebido aquellas reglas. Sin embargo, las partes sudanesas las aceptaron –el 17 de julio– y el 4 de agosto “apareció” un proyecto de Constitución. Detalle significativo: no fue el general al-Burhan quien firmó esos documentos sino su «segundo» Hemedti.
Hubo entonces una redistribución del poder entre civiles y militares y se constituyó un gobierno alrededor Abdallah Hamdok, un alto funcionario sudanés de la ONU.
En febrero de 2020, el entonces primer ministro israelí Benyamin Netanyahu se reunió con el general al-Burhan en Entebbe (Uganda). Israel formalizó rápidamente sus relaciones con Sudán, Estados Unidos hizo que el gobierno de transición reconociera el papel que se atribuía al régimen de Omar al-Bashir en los atentados de al-Qaeda contra las embajadas estadounidenses en Kenya y Tanzania, cometidos en 1988… y una lluvia de dólares comenzó a caer sobre Sudán.
En marzo de 2021, después de haber decidido retirar los 15 000 cascos azules que la ONU había desplegado en Darfur, el Consejo de Seguridad invitó el gobierno de transición a desplegar allí 12 000 soldados sudaneses y creó una «Misión de Asistencia para la Transición» (MINUATS, siglas en inglés) conformada por 300 civiles. Para sorpresa de todos, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, designó al alemán Volker Perthes como jefe de la MINUATS.
No está de más recordar aquí que Volker Perthes, ex director del think tank más importante del gobierno alemán (SWP), fue el redactor del plan de capitulación que el estadounidense Jeffrey Feltman pretendió imponer a la República Árabe Siria cuando era el número 2 en la jerarquía de la ONU [2]. En aquel plan, Perthes abolía la soberanía popular siria, disolvía todos los órganos constitucionales sirios, imponía el «juicio» y posterior ejecución de los 120 principales dirigentes sirios y planteaba la división de Siria.
Ahora, el presidente estadounidense Joe Biden recurre nuevamente a Jeffrey Feltman designándolo como su representante especial en el Cuerno de África, incluyendo Sudán. Ya es evidente que las “reglas” para la «transición democrática» en Sudán fueron discretamente redactadas por Volker Perthes, en coordinación con sus amigos estadounidenses, antes de la ya mencionada videoconferencia de Berlín.
El embajador Jeffrey Feltman es una figura de primer plano del Deep State, el Estado Profundo estadounidense. Tuvo un papel importante en el proceso “de paz” israelo-palestino y participó en la creación del Kurdistán iraquí por cuenta de la «Autoridad Provisional de la Coalición en Irak», entidad que en realidad era una compañía privada [3]. Después de aquello Feltman fue nombrado embajador en Líbano, donde orquestó la «revolución de color» de 2005 –la llamada «Revolución del Cedro»– y las falsas acusaciones contra los presidentes de Líbano y Siria, Emile Lahoud y Bachar al-Assad, atribuyéndoles el asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri.
Con Hillary Clinton como secretaria de Estado, Jeffrey Feltman se convirtió en su asistente para el Medio Oriente. Luego pasó a ser director de Asuntos Políticos de la ONU, donde desvió fondos de las Naciones Unidas para utilizarlos en la guerra contra Siria, incluso apoyando a los yihadistas. Durante la administración Trump, Feltman optó por un perfil bajo en Estados Unidos, yendo a ponerse al servicio de Qatar.
En mayo de 2021, Francia organizó en París una “secuela” de la videoconferencia de Berlín. Allí se habló de cuestiones financieras y se planteó asignar a Sudán 2 000 millones de dólares, de los cuales 1 500 millones se destinarían al pago de sus cuentas pendientes en el Fondo Monetario Internacional (FMI) [4].
Mientras tanto, la población sudanesa vive en la miseria y ciertas regiones de Sudán sufren hambrunas. Sólo algunas tribus reconocían la autoridad del gobierno civil, con el cual esperaban mejorar sus condiciones de vida. Pero otras tribus ven en el gobierno civil un enemigo tribal y recurrieron a los militares para que defendieran sus intereses. Hace meses que Sudán vive un inicio de guerra civil. No es por ende injustificado que los militares sudaneses, con respaldo de Arabia Saudita, hayan amenazado con forzar el gobierno civil a dimitir.
A principios de octubre, «preocupado por restaurar la paz», el presidente estadounidense Joe Biden envía su representante especial, Jeffrey Feltman, a Kartum. Y vuelve a enviarlo allí, por segunda vez, el 23 de octubre, para que se reúna con las partes. Feltman explicó a ambas partes que el apoyo financiero de Occidente continuará sólo si los sudaneses se mantienen unidos. El general al-Burhan se comprometió a hacer todo lo posible por preservar la unidad del país. El embajador Feltman se quedó dos noches en Kartum.
En cuanto despegó el avión de Jeffrey Feltman, en la mañana del 25 de octubre, el general al-Burhan y su «segundo», Hemidti, exigieron la renuncia del gobierno –pero no la del primer ministro, Abdallah Hamdok. Como habían explicado al emisario estadounidense, querían obligarlo a formar un equipo de gobierno más acorde con el necesario equilibrio entre las tribus. Pero el primer ministro se negó, así que fue arrestado y puesto bajo vigilancia en su domicilio, menos de una hora después del despegue del avión del enviado estadounidense Jeffrey Feltman.
Inmediatamente, Estados Unidos, el Banco Mundial y el FMI denunciaron un «golpe de Estado militar» y suspendieron toda ayuda financiera a Sudán. El país, ya al borde del colapso se hundió rápidamente en la crisis. La Unión Africana también condenó el «golpe», pero Egipto, llamando todas las partes sudanesas al diálogo, parecía satisfecho con el desenlace. Al parecer, el general sudanés al-Burhan y el general presidente egipcio al-Sissi estudiaron en la misma academia militar.
Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos han hecho pocas declaraciones, sin mencionar su ayuda financiera, tremendamente importante para Sudán. Turquía guarda silencio –ese país ha alquilado, por 99 años, la isla sudanesa de Suakin para instalar allí una base militar, desde donde podrá proyectar sus fuerzas hacia el Mar Rojo, contra Arabia Saudita.
Estados Unidos presentó al Consejo de Seguridad de la ONU un proyecto de resolución de condena contra el «golpe de Estado militar» e instaurando «sanciones». Pero Rusia ha solicitado varios días para verificar las informaciones que llegan desde Sudán.
Moscú no ha olvidado las mentiras que propiciaron la guerra contra Libia y sospecha que esta vez también se está divulgando información sesgada para engañar a todos. El discurso mediático sobre los “malvados” militares que abusan de los “simpáticos” demócratas no parece especialmente creíble a los dirigentes rusos. La discusión entre los miembros del Consejo de Seguridad ha ido subiendo de tono y varios han señalado que lo sucedido en Sudán no es un «golpe de Estado militar» propiamente dicho ya que la mitad del país se ha puesto del lado del ejército y que este no ha destituido al primer ministro.
El hecho es que, desde agosto de este año, Estados Unidos ha retomado la estrategia Rumsfeld-Cebrowski [5], cuya aplicación había iniciado a raíz del 11 de septiembre de 2001 en Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen, al precio de al menos un millón de muertos [6]. En Sudán, Estados Unidos no trata de favorecer a un bando contra el otro, sólo trata de llevarlos a que luchen entre sí hasta que ellos mismos destruyan el Estado sudanés y que el país se vea así en la incapacidad de resistirse a la explotación de las potencias extranjeras.
Durante toda una década, los autoproclamados «Amigos de Siria» Volker Perthes y Jeffrey Feltman nos mantuvieron en vilo en el Levante, pero acabaron derrotados y Estados Unidos ha tenido que replegarse, dejando esa región bajo la protección de Rusia. Ahora, los «Amigos de Sudán» Volker Perthes y Jeffrey Feltman tratan de destruir el Cuerno de África, comenzando por Etiopía y Sudán.
Fuente: Voltairenet