El 2 de octubre de 1968, el gobierno mexicano dio la orden de disparar contra los estudiantes que se manifestaban en la plaza de Tlatelolco de la capital, causando más de 300 muertos.
El año 1968 estaba destinado a ser el de la gran presentación de México como el país del progreso. Después de ganar la batalla a Buenos Aires, Detroit y Lyon, las Olimpiadas iban a celebrarse por fin en la capital mexicana, y que su candidatura fuera la elegida suponía un gran reto: por primera vez en la Historia, una ciudad latinoamericana sería la encargada de organizar el acontecimiento deportivo más importante del mundo.
Llevaba años preparándose para ello. Tras completarse el tramo mexicano de la carretera Panamericana e inaugurarse el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el país pensaba que estaba listo para dar su mejor imagen en el gran escaparate que suponían unos Juegos Olímpicos. Por eso se había organizado una ceremonia de inauguración espectacular con sorpresas como el encendido del pebetero olímpico, que por primera vez correría a cargo de una mujer, la atleta Enriqueta Basilio.
Sin embargo, diez días antes de la gran inauguración de los Juegos Olímpicos, una masacre tiñó de tragedia las calles de la capital. Los hechos ocurridos en la plaza de las Tres Culturas (o de Tlatelolco) hicieron que el año que debía haber sido el de la consagración de un país acabara siendo recordado como el de la matanza de Tlatelolco, el lugar donde la Historia de México cambió la tarde del 2 de octubre de 1968.
Las cuatro esquinas de la plaza de las Tres Culturas estaban ocupadas por soldados que vigilaban el mitin del movimiento estudiantil que se estaba celebrando aquella tarde. Todo transcurría con normalidad hasta que, poco después de las seis, comenzaron los disparos contra los estudiantes. Los allí reunidos se miraban unos a otros sin comprender qué pasaba e intentaban huir del lugar esquivando las balas. No todos lo lograron. Los cuerpos de los que murieron en el acto empezaron a amontonarse por todas partes mientras la plaza se teñía literalmente de sangre.
A pesar de lo que ocurrió aquella tarde, la jornada del 2 de octubre no era una de las que se preveían violentas. Los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga –el movimiento estudiantil que aquel verano había comenzado a pedir más libertad y menos autoritarismo por parte del Estado– habían convocado un mitin. Sin embargo, no era uno de los más multitudinarios. Se calcula que no habría más de 15.000 estudiantes, una cifra pequeña en comparación con las manifestaciones que habían llegado a reunir hasta a 200.000 jóvenes en la plaza del Zócalo. Y, según testigos de lo sucedido, en las horas previas tampoco se respiraba la tensión de otras convocatorias. El día anterior, el Ejército se había retirado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y esa misma mañana, una delegación del Consejo Nacional de Huelga se había entrevistado con dos representantes del gobierno de la República, Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez.
Sin embargo, tras las investigaciones realizadas años después de la masacre, todo apunta a que aquella mañana el presidente Gustavo Díaz Ordaz ya había dado luz verde a una operación que se saldaría con centenares de muertos. La principal razón para esa drástica intervención fue que el gobierno veía en las revueltas estudiantiles una gran amenaza. “En 1968, el sistema presidencialista conoce su apogeo... Todo es gobierno y casi nada oposición”, escribiría años después el periodista y escritor Carlos Monsiváis. Por esa razón, cualquier manifestación contraria a la actuación del gobierno era considerada un peligro. Tanto que, mientras los jóvenes de media Europa se manifestaban contra el materialismo occidental y la Guerra de Vietnam vivía sus peores momentos, los dirigentes mexicanos parecían ver en cualquier protesta estudiantil un conato de revolución comunista. Pero la realidad es que la ambición del movimiento juvenil no iba más allá de conseguir aumentar las cuotas de democracia evitando que el gobierno interviniera en todos los ámbitos, también el universitario.