Afganistán y el fraude de las “intervenciones humanitarias”

Afganistán y el fraude de las “intervenciones humanitarias”

Por Pascual Serrano para Sputnik.

Annur TV
Wednesday 01 de Sep.
Tras la retirada de Estados Unidos de Afganistán, Biden ha reconocido que su objetivo nunca fue llevar la democracia al país. El caso afgano muestra que las intervenciones militares con coartada humanitaria se aprovechan de un sentimiento de solidaridad para lograr apoyos, pero no tienen como finalidad ni la democracia, ni los derechos humanos.
El objetivo de la invasión de Afganistán "nunca fue construir una nación democrática sino luchar contra el terrorismo". Esas fueron las palabras de Joe Biden el 16 de agosto, en su primera aparición pública tras la caída de Kabul en manos de las fuerzas talibanes.
Sin embargo, años antes, cuando las potencias occidentales comenzaron la invasión de Afganistán, George Bush decía lo siguiente: "Junto a nuestros aliados en Afganistán daremos a los iraquíes alimentos, medicinas y suministros y libertad". Y Tony Blair esto: "Y creo que esta es una batalla por la libertad. Y quiero que también sea por la justicia. Estamos mostrando el poder de la libertad . Y mis queridos compatriotas, en esta gran batalla veremos la victoria de la libertad".
El sonido de esas palabras es el comienzo del documental de John Pilger, "Rompiendo el silencio. Verdades y mentiras en la guerra contra el terror", en 2003.

Libertad duradera

No hacía falta que Biden saliera desmarcándose de que sus intenciones no fueran ni la democracia, ni la libertad, ni los derechos humanos, ni siquiera los de las mujeres bajo el régimen talibán, creo que, efectivamente, nunca son esos los objetivos de las intervenciones/invasiones estadounidenses. Ni siquiera llamándoles "libertad duradera", como se denominó la invasión de Afganistán.
 
 
Miente, por tanto, la ministra de Defensa española, Margarita Robles, cuando, apesadumbrada ahora dice que Afganistán "es un gran fracaso de Occidente, un fracaso enorme, sin paliativos" y añade que "Occidente les ha fallado, sin ninguna duda". No puede haber fallado si el objetivo, como dice Biden, nunca fue mejorar la vida de los afganos.
 
Para las injerencias militares, el poder esgrime dos tipos de argumentos. Unos, destinados a los sectores de la población más supremacista o menos politizado y menos conocedor de la política internacional, a ellos se les airea el espantajo del terrorismo o la presencia de armas y dictadores peligrosos (recordamos aquellas armas de destrucción masiva de Sadam Hussein que nunca aparecieron). Los otros, los dedicados a los intelectuales y la élite, las acciones militares se presentan como intervenciones humanitarias que legitiman el derecho de injerencia.
Obsérvese que los primeros argumentos sirven para convencer los sectores sociales más beligerantes y conservadores, los "halcones" en la terminología de Noam Chomsky (El terror como política exterior de Estados Unidos, 2003), y los segundos, para las "palomas".

Algo tenemos que hacer

Nos detendremos en los segundos, que es donde se encuentra gran parte de la izquierda occidental con su buenismo de "algo tenemos que hacer" cuando le ponen en las televisiones las tragedias humanitarias o las tropelías del "dictador" de turno, según les han presentado por el aparato informativo.
 
Así, gran parte del discurso ético de la izquierda considera la necesidad de exportar la democracia y los derechos humanos, los suyos, los occidentales, echando mano de las intervenciones militares desde el primer mundo, y califica de relativistas morales e indiferentes al sufrimiento ajeno a quienes critican esas injerencias. De forma que es precisamente esa izquierda la que inventa e interioriza "la ideología de la guerra humanitaria como un mecanismo de legitimación".
Para empezar, bastaría con recordar la legislación internacional, el mismo preámbulo de la Carta Fundacional de las Naciones Unidas establece como prioridad "preservar a las futuras generaciones del flagelo de la guerra" para lo cual es fundamental el "respeto de la soberanía nacional y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados". Evidentemente, el primer paso para la guerra es enviar un ejército a otro país sin el consentimiento de este último.

Gobiernos que merecen ser invadidos y derrocados

Es un error plantear que existen gobiernos buenos —que pueden invadir— y malos —que merecen ser invadidos y derrocados—. No olvidemos que si aceptamos esa opción, la invasión legítima, en el fondo, estamos autorizando la del fuerte sobre el débil. ¿Acaso hubiera invadido México (tan democrático como EEUU) a Libia para instaurar la democracia? ¿Hubiéramos aceptado que Siria bombardeara con carácter preventivo a Israel? Recordemos que ha sido atacado alguna vez por ese país, estaría muy fundado su ataque preventivo.
 
Olvidan también que el poder siempre se ha presentado como altruista. Decir que se bombardea Yugoslavia para impedir una limpieza étnica, se invade Afganistán para defender los derechos de las mujeres o se ocupa Irak para llevar la democracia y liberar al país de un dictador, no difiere mucho del discurso de la Santa Alianza, que invocó en el siglo XIX los principios cristianos y los preceptos de justicia, caridad y paz para enfrentar las ideas de la Ilustración de la Revolución Francesa.
O el discurso de Hitler que justificó su invasión de los Sudetes checoslovacos para defender a la minoría alemana.

Brigadas internacionales

Este asunto lo aborda magistralmente el profesor de la Universidad Católica de Lovaina Jean Bricmont en su libro Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra. Para él, una intervención solidaria y humanitaria fue la que hicieron los hombres y mujeres de las Brigadas Internacionales que vinieron a España a luchar contra el fascismo en 1936.
 
Cuando hoy decimos "nosotros debemos intervenir para...", no es que vayamos a ir físicamente como hicieron valerosa y generosamente aquellos brigadistas, ahora el "nosotros" quiere decir que irán las fuerzas armadas de los países poderosos. No se puede comparar el interés por la democracia de los brigadistas internacionales con el de la U.S. Air Force, como la historia de este Ejército demuestra cada año. Y, por supuesto, es diferente el valor de aquellos —muchos de los cuales dieron su vida— con el nuestro que nos limitamos —bajo un solemne nosotros— a pronunciarnos a favor de la intervención desde el sofá de nuestra casa.

Ejércitos humanitarios para golpes de Estado

No debemos olvidar que esos ejércitos humanitarios a los que gran parte de la población occidental encomienda la llegada de la libertad, la democracia y los derechos humanos son los que que apoyaron el golpe de Estado de Suharto en Indonesia frente a Sukarno, a los dictadores guatemaltecos frente a Arbentz, a Somoza frente a los sandinistas, a los generales brasileños contra Goulart, a Pinochet frente a Allende, al apartheid frente a Mandela y al sha contra Mossadegh. Y, si volvemos a Afganistán, los que apoyaron a los talibanes contra la presencia soviética e incluso contra el propio gobierno comunista afgano.
 
No es fácil aceptar que los líderes de esas liberaciones occidentales para el resto del mundo sean el Dalai Lama, que quiere instaurar una teocracia budista, Lech Walesa, el Ejército de Liberación de Kosovo, los separatistas chechenos, los islamistas sirios o los anticastristas de Miami que ponían bombas en los hoteles de La Habana.
Es evidente que "exportar la democracia" es un sueño honorable para cualquier individuo que disfrute de ella (o crea disfrutar) en su país y observe con preocupación la situación de tantos y tantos países sometidos al despotismo, la corrupción y el crimen de sus gobernantes. Lo preocupante es cómo de forma recurrente esa pulsión tan humana y honesta es explotada por los gobernantes de las grandes potencias para derrocar gobiernos que les molestan, saquear recursos naturales y aplastar iniciativas políticas que puedan ser percibidas como alternativas más democráticas o justas que las de esas grandes potencias.

Italia en la Segunda Guerra Mundial

Daniele Archibugi se pregunta en un trabajo de 2019 si "¿Se puede exportar la democracia?". Archibugi es director de investigación en el Consejo Nacional de Investigación de Italia y profesor en Birkbeck College (Universidad de Londres). Como italiano sabe que quizás el único momento histórico en que se podría decir que Estados Unidos exportó la democracia a golpe de bombas e invasión, fue cuando liberó a Italia de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Lo inmortalizó Robert Capa en sus fotografías cuando participó en el desembarco en Sicilia.
Aquello fue un éxito, señala Archibugi, debido a que, previo a la invasión estadounidense, había una resistencia italiana combatiendo y enfrentándose a los nazis, que propagó entre la población la idea de que los estadounidenses no eran enemigos, sino sus "aliados". Y que su intención no era permanecer en Italia, sino reconstruir sus instituciones. La película Un americano en Roma (1954) muestra en clave de comedia esa admiración italiana por los americanos tras la Guerra Mundial.

Los fracasos de las intervenciones estadounidenses

Un estudio realizado por el Carnegie Endowment for International Peace, muestra los constantes fracasos de las intervenciones estadounidenses en el mundo supuestamente para llevar la democracia:
"En la primera mitad del siglo XX, estos fracasos afectaron a países vecinos y, aparentemente, fácilmente controlados, como Panamá [1903-1936], Nicaragua [1909-1933], Haití [1915-1934], la República Dominicana [1916-1924] y Cuba en tres ocasiones [1898-1902,1906-1909 y 1917-1922]. Sufrió fracasos análogos en Corea del Sur, Vietnam del Sur y Camboya en las décadas de 1950, 1960 y 1970. Ni siquiera en Haití, después del final de la Guerra Fría, ha tenido éxito la Administración estadounidense. Después de la II Guerra Mundial, sólo pudieron contar con Panamá [1989] y Granada [1983], dos Estados diminutos, como Estados incorporados en las estructuras económicas y sociales de EEUU [ver cuadro]. Así pues, la actual falta de éxito, tanto en Afganistán como en Irak, tiene numerosos precedentes históricos".
 
 
Dudosas intenciones
 
Además de la ineficacia, queda plantearse si es legítimo ir por el mundo lanzando bombas y tropas en nombre de la democracia y los derechos humanos. Sobre todo, si tenemos suficientes pruebas de que sus intenciones no son buenas a la vista de su doble rasero, el curioso interés por países con valiosos recursos naturales, el negocio de las empresas de armamento con sede en Estados Unidos, la corrupción de los gobiernos títeres impuestos tras la intervención y los intereses accionariales de los altos cargos del gobierno "liberador" en las empresas que primero bombardean y luego "reconstruyen".
Y si de derechos humanos se trata, la experiencia también ha demostrado que, tras la intervención, las tropas ocupantes reprimen de forma sanguinaria a los que se resisten, detienen masivamente sin garantías, cometen actos de tortura, asesinan civiles, incluidos mujeres y niños. No hace falta recordar Abu Grahib, Guantánamo, o bombardeos masivos de población civil. Sin ir más lejos el 29 de agosto, diez miembros de una familia, incluidos cuatro niños, fueron asesinados por un avión no tripulado estadounidense en Kabul.
 
Porque otro grave equívoco es pensar que una sociedad democrática es garantía de que su presencia militar en otros países será respetuosa con los derechos humanos. Eso no sucede porque los mecanismos de control y de equilibrios de poder que existen en su propio país no existen ni en la guerra ni en un país invadido.

Democracia y subdesarrollo

Nos consideramos tan superiores como para creernos con el derecho a violar la Carta Fundacional de las Naciones Unidas e ignorar la soberanía de los países. Es verdad que los derechos humanos son un valor universal, pero les exigimos a países del Tercer Mundo que respeten derechos humanos que nosotros nunca respetamos cuando nos encontrábamos en sus mismos niveles de subdesarrollo.
No somos capaces de entender que no puede desaparecer la corrupción policial si el policía no gana para comer, ni dejará de haber cultivos de droga si los campesinos se mueren de hambre cultivando maíz y que el trabajo infantil o los derechos sexuales de la población LGTBI pasan a un segundo plano cuando no se tiene para comer. Del mismo modo que la ausencia de libertad de prensa es irrelevante para ellos si no saben leer ni escribir, no tienen sanidad y viven en la calle.
Tampoco van a aceptar fácilmente que ponerles un día una urna sea una solución a su hambre, su frío, su fiebre y a la violencia que sufren. Sobre todo si veinte años después de la urna sigue todo igual.
Esto, que hace unas décadas hubiera sido una obviedad para la izquierda, ahora se ha olvidado, en lo que supone una victoria del concepto neoliberal de los derechos humanos, que los homologan a libertades públicas y no a derechos sociales.
Los intelectuales de Occidente no dejan de repetir que las naciones del tercer mundo deben resolver sus diferencias como lo hacen los del primero, sin entender que su situación de subdesarrollo, con quien debería compararles es con nuestra Europa y Estados Unidos de hace muchos años.
Olvidamos que nuestra riqueza, confort y democracia se basa, en primer lugar, en una explotación de los recursos naturales inviable si lo quisieran hacer en el resto del mundo. Queremos que Irán o Filipinas respeten los derechos humanos como nosotros, pero nos asusta que consuman tanta gasolina o tantos recursos minerales como hacemos aquí porque desestabilizan el mercado mundial. Queremos que se vacunen de COVID en India, pero es que ellos no tienen vacunas porque las que producen terminan exportadas al primer mundo.

Más cooperación y menos intervención

Volviendo a Bricmont, este se pregunta por qué la gente que critica que no intervengamos en determinada guerra o conflicto mientras mueren miles de personas, en cambio no se siente responsable ante el hecho de que el mismo número de personas muere en África cada día, todo el año, debido a enfermedades que son relativamente fáciles de prevenir y para las que en el primer mundo tenemos tratamiento. Sin ir más lejos, de COVID. Quizá los países empobrecidos necesitan más vacunas sin patentes y menos desembarco de soldados de la OTAN.
Archibugi señala que, si de verdad Occidente quiere expandir democracia y derechos humanos, debería replantearse que "en 2003 EEUU dedicó más del 4% de su producto interior bruto (PIB) a gastos de defensa, mientras los países de la Unión Europea dedicaron más del 2%. En comparación con los gastos militares, a la ayuda para el desarrollo sólo se destina algo de calderilla. Únicamente el 0,1% del PIB de EEUU y el 0,3% del de la Unión Europea se dedica a este fin. Ni siquiera esta cantidad relativamente pequeña se emplea totalmente en ayuda a gobiernos democráticos".

Más modestia y menos arrogancia

Hay una diferencia entre intervención y cooperación, y para cambiar nuestra mentalidad haría falta más modestia y menos arrogancia. Nuestra soberbia nos lleva a considerar que el primer mundo está en condiciones de arreglar todos los conflictos del globo, "sería mucho más realista admitir que no tenemos soluciones a los problemas de los demás y que, en consecuencia, lo mejor que podríamos hacer es no inmiscuirnos en sus asuntos", dice Bricmont. La opción más recomendada sería, por tanto, "cooperación pacífica, no injerencia, respeto a la soberanía nacional y resolución de los conflictos mediante la intermediación de las Naciones Unidas".
La conclusión es que "la ideología de la intervención en nombre de los derechos humanos ha sido el instrumento perfecto para destruir a los movimientos pacifistas y a los movimientos antiimperialistas". Las organizaciones de derechos humanos, ante esas invasiones, piden que se respeten las leyes de la guerra, en lugar de denunciar la ilegalidad de la invasión, es como si pidieran a los violadores que utilizaran preservativo.

Marqués de Sade

Probablemente la mejor forma de exportar democracia y derechos humanos sea presentando al mundo el ejemplo de nuestro país. Lo explicaba magistralmente el marqués de Sade en los momentos más convulsos de la Revolución Francesa (1795) en su libro Filosofía en el tocador:
"Invencibles en vuestro interior y modelos de todos los pueblos por vuestra civilización y vuestras buenas leyes, no habrá gobierno en el mundo que no trabaje por imitaros, ni uno sólo que no se honre con vuestra alianza; mas si, por el vano honor de llevar vuestros principios lejos, abandonáis el cuidado de vuestra propia felicidad, el despotismo, que sólo está adormecido, renacerá, las disensiones intestinas os desgarrarán, habréis agotado vuestras finanzas y vuestras conquistas, y todo esto para volver a besar los hierros que habrán de imponeros los tiranos que os habrán subyugado durante vuestra ausencia. Todo lo que deseáis puede hacerse sin que sea necesario abandonar vuestros hogares; que los demás pueblos os vean felices, y correrán a la dicha por el mismo camino que vosotros les habréis trazado".

 

 

Por Pascual Serrano para Sputnik.


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