En Francia hay dos plagas: el covid y la islamofobia.
El último domingo, por la mañana, esta última fue noticia. En París, una la pared del Instituto Al Ghazali, fue el blanco de frases cargadas de odio contra la comunidad musulmana. Sucedió en la ciudad del sur en Martigue.
“Este es un insulto inaceptable”, definió en conferencia de prensa, Gerald Darmanin, ministro del interior. Y dijo, como es lógico, que era necesario encontrar a los responsables.
En un comunicado, la Gran Mezquita, de París expresó: “estamos preocupados por el aumento de los casos de intolerancia”. Y exigió a las autoridades fortalecer “con medidas concretas” la seguridad en los lugares religiosos. De lo contrario, los extremistas actúan a sus anchas y sepultan obras costosas en una ráfaga de minutos de odio y aerosol.
“Estos comportamientos racistas son ofensivos para los estudiantes de religión que serán los futuros imanes de Francia”, concluyó el comunicado de la Gran Mezquita.
Lamentablemente, no es la primera vez que suceden esta clase de ataques en Francia. En febrero, la Mezquita Eyub Sultan, aún en obra, recibió pintadas ofensivas en aerosol y dos meses más tarde, una mezquita en Nantes y un centro islámico en Rennes, previo al mes de Ramadán, fueron atacados con fuego y grafitis islamófobos. El odio no cesa.