“La única democracia en Medio Oriente”, como se hace llamar Israel, terminó mostrando su verdadera cara, consolidándose como “la única Sudáfrica del siglo XXI”. Jimmy Carter, ex Presidente de Estados Unidos, sentenció: “Las políticas de apartheid de Israel son peores que las de Sudáfrica”.
Han hecho del marketing su segunda mejor arma, ya que la mejor es la que utilizan contra los niños en Palestina, costando la vida a cerca de 2.200 menores de edad desde el año 2000 en adelante.
Por: Maher Pichara Abueid
El colonialismo sionista entiende perfectamente la relevancia de la historia y la narración de los hechos. En el año 1936, ad portas de la llegada a Palestina de la Comisión Peel, Ben-Gurion le encargó al historiador israelí Ben Zion Dinur de manera urgente que compruebe la continuidad del pueblo judío en estas tierras desde el año 70 d.C. Dinur le comentó que se debe investigar casi una década, Ben-Gurion respondió: “Saque usted su conclusión para cuando lleguen. Después puede tomarse toda una década para probarla” (narrado por el historiador israelí Ilan Pappe, en su libro La idea de Israel). Tal como identificó el historiador judío Shmuel Almog, se necesitaba un relato para legitimar el colonialismo sionista, por eso nacionalizaron la Biblia, tomándola como un documento historiográfico oficial.
Después de 1948, la mayoría de los dirigentes del sionismo adoptaron nombres que revestían aspectos hebreos, dejando atrás sus orígenes polacos, rusos y alemanes. Mantener sus nombres europeos durante la época del mandato británico les favorecía, ya que eran una avanzada de Europa en Medio Oriente. Golda Mabovitch pasó a llamarse Golda Meir, Icchak Scheinermann pasó a ser Ariel Sharon, David Green se nombró David Ben-Gurion, Szymon Perski se puso Shimon Peres, Nehemiah Rubitzov eligió el nombre de Yitzhak Rabin. Los orígenes europeos quedaron claramente evidenciados en los reportes, a través de cartas, de los primeros colonos que se asentaron en Palestina, señalando que es una “tierra extranjera”, encontrándose en un “mar de ajenidad”, sentenciando que “no tenemos nada en común con la gente que vive aquí”, y que es una “tierra de extranjeros”. Sin embargo, estos extranjeros les enseñaron a criar el ganado y cultivar la tierra. Tal vez Dinur debió investigar una década.
El arte de contar los hechos se manifestó en 1960, cuando John F. Kennedy comenzó a impulsar la repatriación de los palestinos expulsados de sus hogares en 1948, siendo esta una demanda elemental para la solución de la colonización. Ante estas presiones, el polaco Ben-Gurion llamó a un grupo de académicos para que “cuenten los hechos. Los palestinos huyeron voluntariamente”. Maoz, historiador a cargo de “contar los hechos” posteriormente expresó que se arrepiente de haber desempeñado dicho papel: el rol de inventar la historia. Con el surgimiento de los nuevos historiadores israelíes, como Simha Flapan, Beny Morrys, Avi Shlaim, Ilan Pappe, entre otros, que comienzan a indagar en los archivos y documentos de Estado a inicios de los años 80 –ya que Israel utilizó la normativa del mandato británico en el cual se tipificaban los secretos y documentos de los operativos realizados por las bandas terroristas del sionismo, que se desclasificaban 30 años después– la narrativa colonial comenzó a tambalear. Los nuevos historiadores israelíes, basándose en documentos del ejército sionista, dejó en evidencia que los palestinos no “huyeron”, sino que más bien se desplazó a 800.000 palestinos forzadamente, junto con arrasar aproximadamente 500 aldeas. Los archivos desclasificados dejan constancia que los altos cargos de las fuerzas sionistas estaban conscientes de dicha expulsión. Hoy lo que se vive en la localidad de Sheik Jarrah, en Jerusalén, es parte del proyecto de limpieza étnica de Palestina, desalojando a la población autóctona de sus hogares. La Nakba, o La Catástrofe palestina de 1948 no es un suceso especifico en la historia: es un proceso que se ha mantenido como política del Estado de Israel, desplazando a la población nativa hasta el día de hoy.
Pero el sionismo no sólo narra; también borra. Israel ha concentrado sus esfuerzos en eliminar de la memoria la catástrofe palestina. El Fondo Nacional Judío (FNJ) ha plantado una gran cantidad de pinos y cipreses sobre las aldeas arrasadas. El FNJ ha llamado este proceso de forestación como “el florecimiento del desierto”. Lo que omiten es que bajo esos árboles se encontraban cientos de aldeas destruidas por Israel. Deir Yassin, aldea palestina donde se produjo una las masacres más trágicas de La Nakba, se encuentra tapada por el “Cinturón Verde” que rodea Jerusalén. El FNJ ha prohibido que los palestinos puedan conmemorar sobre sus aldeas el expolio y la destrucción, evitando cualquier posibilidad de reencontrarse con la historia.
Por otro lado, el sionismo levantó un “comité de nombres”, integrado por arqueólogos y expertos bíblicos, con objeto de judaizar la geografía palestina. Hebraizar la toponimia, como mecanismo de memoricidio. No sólo cambiaron los nombres de seres humanos para adecuarse y construir un relato legitimador, sino que cambiaron los nombres del propio territorio colonizado. La Catástrofe palestina no sólo es la expulsión: es también el olvido de ella y los esfuerzos por borrarla de la historia.
El juego comunicacional, junto al lavado de imagen que ha realizado Israel durante largos años, comienza a derrumbarse. El informe de Human Rights Watch determinó que en Israel y en territorios ocupados se cometen crímenes de lesa humanidad, como el apartheid y persecución contra los palestinos, antecedentes que se pueden añadir al proceso llevado contra agentes de Israel por la Corte Penal Internacional respecto a crímenes de guerra ejecutado en Gaza, Cisjordania y territorios ocupados.
“La única democracia en Medio Oriente”, como se hace llamar Israel, terminó mostrando su verdadera cara, consolidándose como “la única Sudáfrica del siglo XXI”. Jimmy Carter, ex Presidente de Estados Unidos, sentenció: “Las políticas de apartheid de Israel son peores que las de Sudáfrica”. Han hecho del marketing su segunda mejor arma, ya que la mejor es la que utilizan contra los niños en Palestina, costando la vida a cerca de 2.200 menores de edad desde el año 2000 en adelante.