Por Fernando M. García Bielsa para Alainet.
Hay quienes señalan que la nación se ve arrastrada hacia nuevos conflictos por la “incontinencia estratégica” del Pentágono, mientras que el tamaño y composición de las fuerzas militares no guarda relación con las necesidades internas.
Aunque Estados Unidos sigue siendo la principal potencia mundial, desde hace varias décadas y en diversos campos ese país viene experimentando una creciente declinación y deterioro de su base industrial, lo cual entre otras consecuencias se manifiesta en mayores desigualdades y fracturas sociales, incluyendo al seno de los grupos oligárquicos de poder.
El objetivo planteado a fines de la II Guerra Mundial de mantener una amplia superioridad militar para disuadir a sus adversarios, pronto devino un fin en sí mismo que ha condicionado la carrera armamentista por más de setenta años, incluso después que el fin de la Unión Soviética lo puso en entredicho. Con prontitud, otras supuestas amenazas a la seguridad nacional fueron articuladas e infladas y sirvieron de base para conformar una voluntad bipartidista ampliamente mayoritaria en pro del gasto militar. Cada año se asignan recursos y cifras superiores al millón de millones de dólares para esos fines mientras que la propia infraestructura económica del país se desmorona, a la vez que la deuda pública sobrepasa al cuantioso Producto Interno Bruto de la nación.
Seguir por ese curso aparentemente ilógico realmente responde al enorme peso económico, político, mediático y cultural del llamado Complejo Militar Industrial, extensa red de entidades y corporaciones privadas que, alimentada con fondos públicos, está ramificada a lo largo del país, y de la cual dependen miles de subcontratistas y millones de puestos de trabajo. Esto se refleja en la disposición de los políticos asociados a esa red de apoyar con entusiasmo el aumento del gasto militar, la política exterior agresiva y las aventuras bélicas. La industria de armamentos y el intrincado mundo de entidades asociadas, tanques pensantes y complejos mediáticos tienen un peso de primer orden en los centros de poder del país.
A esa situación se unen el efecto que tiene en la política del país su naturaleza imperialista, su arrogancia y resistencia a acomodarse ante los cambios geopolíticos en curso, y los intereses económico-financieros en juego en diversos confines del planeta. Nótese además que en las estructuras de diseño de políticas, tanto en el Pentágono como en el Departamento de Estado y en el Consejo de Seguridad Nacional, ha aumentado la presencia de elementos neoconservadores, así como los enfoques militaristas.
Pese a las tensiones financieras y otras consecuencias nefastas, es difícil avizorar el momento en el cual los Estados Unidos, por su propio interés y necesidad de mantener su status como “potencia”, reacomoden y pasen a refrenar la desmesura de sus pretensiones imperiales y de los ya insostenibles niveles de crecimiento de su maquinaria bélica. Debe deducirse, por tanto, que la belicosidad y el carácter destructivo de su papel en el mundo se mantendrán en el futuro previsible, y que su propia declinación seguirá su curso.
Sin embargo, y es lo que queremos destacar, es notable el aumento de las voces que, incluso desde sectores conservadores, argumentan en pro de un nuevo marco de prioridades en la política nacional y que, sin llegar a romper el consenso predominante en política exterior, claman por una restricción de las tradicionales y nefastas pretensiones encaminadas a mantener la proyección del aparato bélico a nivel global, a la vez que abogan por reducir significativamente el presupuesto para fines militares.
El debate entre belicistas y partidarios de refrenar la proyección militar global
Lo planteado se refleja en el debate sobre diversos temas de la política nacional y se manifiesta como una más entre las múltiples contradicciones que tienen lugar entre segmentos de la elite política del país, en este caso entre halcones y los llamados intervencionistas liberales, por una parte, y por otra libertarios y nacionalistas empeñados en refrenar los impulsos bélicos y en la reducción de gastos para esos fines.
Consideremos algunos de esos planteamientos, que no provienen en absoluto de entes pacifistas o de sectores de izquierda.
Un connotado político y analista de derecha como Pat Buchaban se destaca, aunque es uno más entre quienes abogan por un nuevo enfoque de la política exterior más ajustado a las necesidades de la política interna de la nación. Actualmente, dice: “las preocupaciones por los asuntos domésticos son predominantes en el país – el enfrentamiento a la pandemia, la invasión de inmigrantes por la frontera sur, la crudeza de las relaciones raciales como no las había en décadas - y es tiempo de que nuestros estadistas presten atención a nuestra sociedad, y prioricen a America First al colocar a los estadounidenses en primer lugar y dejar que el mundo se preocupe por sí mismo”.
El propio Buchanan en un artículo precedente lo titulaba “¿es que no tenemos ya suficientes enemigos?”. Allí critica algunas acciones recientes del gobierno de Biden y declaraciones de su canciller Antony Blinken respecto a China, Corea del Norte, Irán y Rusia donde se proyecta como un halcón, y se pregunta el analista si no es tiempo ya de maniobrar para evitar el inicio de nuevas guerras.
En otro artículo posterior Buchanan alude a que es tiempo de reconsiderar los compromisos de Estados Unidos en la OTAN, así como aquellos tratados de seguridad existentes con Japón, Corea del Sur, Filipinas o Australia establecidos hace setenta años, los cuales resultan ser obligaciones remanentes de la Guerra Fría que también deberían ser reconsiderados.
Planteamientos similares se repiten por diversos analistas y ex militares de alto rango y políticos de filiación mayormente republicana, quienes también abogan por el unilateralismo y por evitar el involucramiento de Estados Unidos como parte de acuerdos o situaciones que lo comprometan a participar en conflictos ajenos.
Algunos señalan que el país debe diseñar una nueva estrategia nacional que asegure metas políticas congruentes con las realidades fiscales y las capacidades militares del país. El coronel (r) del Ejército, Douglas Macgregor, ex asesor del Secretario de Defensa, apuntaba que hay demasiadas cabezas calientes en el Congreso listas para comprometer las fuerzas armadas antes de hacer una valoración de los intereses concretos y los costos de tales acciones.
Hay asimismo un creciente sector académico y de analistas políticos que se suman a los planteamientos tempranos del profesor Paul Kennedy hace más de tres décadas, en particular en su obra cumbre “Auge y caída de las grandes potencias”, donde advertía acerca del ominoso impacto que el sobredimensionamiento imperial estaba teniendo en el país.
Algunos señalan que la nación se ve arrastrada hacia nuevos conflictos pues el Pentágono sufre de una incontinencia estratégica, mientras que el tamaño y la composición de las fuerzas militares no guardan relación con las necesidades de proteger a los estadounidenses. Tanques pensantes de derecha, como el Instituto Cato, también se hacen eco de tales planteamientos.
Robert Kelly, del conservador Instituto Lowy, afirmó en 2019 que el país ya estaba claramente cansado y exhausto con las guerras interminables como las de Iraq y Afganistán. Kelly consideró como una poderosa señal de cambio en la opinión publica la victoria de Trump en 2016, luego de que éste las calificara reiteradamente como guerras estúpidas.
Muchas voces autorizadas señalan que Washington no necesita continuar involucrándose en conflictos de otros países; pues ya no se está en capacidad de desempeñar el papel de “hegemón” global cuando está asediado por severos problemas domésticos y costosas consecuencias para su propia población.
“The New York Times” cita una encuesta del pasado año del “Council of Global Affairs” de Chicago, la cual mostró que una mayoría de los votantes republicanos favorecen un enfoque más nacionalista, de autosuficiencia económica y la adopción de una aproximación unilateral en lo diplomático y en las relaciones con el mundo.
Sin desconocer el predominio de posiciones de derecha que existen al seno del Partido Republicano, se evidencian divergencias y cierto realineamiento político en las filas de ambos partidos, así como la influencia creciente de elementos neoconservadores en torno a la directiva demócrata favorecedora de una política exterior agresiva e intervencionista. Algunos han llegado a considerar al liderazgo demócrata como gestor de la conversión de esa agrupación como el partido de la guerra. Debe tenerse en cuenta que pese a que el ala progresista demócrata se ha fortalecido, su proyección y peso para influir en temas de política exterior es mínimo.
Por estos días de abril 2021, en lo que se evidenció como un importante giro en las posiciones de la mayor y más influyente agrupación de veteranos, la “American Legion” recién ha hecho un llamado para que Estados Unidos ponga fin a sus guerras perpetuas. Con ello reforzó su resolución del pasado año en la que llamara al Congreso a restablecer un balance constitucional y “reemplazar obsoletas Autorizaciones para el Uso de la Fuerza Militar”.
Para concluir, y en contraste con todo lo anterior, resulta de interés referir aquí las preocupaciones recién explicitadas por el conocido politólogo de derecha Robert Kagan, tradicional partidario de una política militar agresiva y del hegemonismo yanqui. Junto a enfatizar que a Estados Unidos le atañe cargar con la responsabilidad de ser el policía del mundo, se quejaba y calificaba como un serio problema para el país el que el pueblo estadounidense continúe mirando en exceso hacia adentro, y no apoyara compartir el destino de dominio mundial.
Por Fernando M. García Bielsa para Alainet.