Por Isaac Enríquez Pérez para Rebelión.
El día 22 de marzo fue declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Día Mundial del Agua. Y más que atender la conmemoración respecto al vital líquido es importante comprender los desafíos y la conflictividad que su apropiación, distribución y uso supondrán a lo largo del siglo XXI.
En 1995 el ex Vicepresidente del Banco Mundial, Ismail Serageldin, sentenció que “si las guerras de este siglo se disputaron por el petróleo, las guerras del próximo siglo se librarán por el agua…”. Más allá del discurso apocalíptico que el tema encierra y de que aún no es declarada abiertamente una guerra internacional por el agua –la última que se registra fue en el año 2500 a. de C. entre las ciudades-Estado de Lagash y Umma que se disputaban la cuenca de los ríos Tigris y Eufrates–, la realidad evidencia que el conflicto en torno al vital líquido es parte consustancial de las sociedades contemporáneas.
Se tiene registro de 926 conflictos violentos en distintas regiones del mundo por motivos relacionados con el agua. Y no es para menos si se consideran otros datos que evidencian parte importante del problema: según la UNICEF y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el año 2019 uno de cada 3 habitantes en el mundo no cuenta con acceso a agua potable (algo así como 2 200 millones de personas), en tanto que 4 200 millones de seres humanos no accesan a servicios de saneamiento gestionados de manera segura y 3 000 millones carecen de instalaciones básicas para el lavado e higiene de las manos (https://bit.ly/3f6s9Ut). Se suma a ello que alrededor de 2 600 millones de personas radican en territorios con estrés hídrico extremadamente alto.
En medio de la crisis pandémica, donde se recomienda el lavado frecuente de manos, esta desigualdad en el acceso al agua potable ahonda la crisis sistémica y ecosocietal de la sociedad contemporánea (https://bit.ly/3l9rJfX), al tiempo que se erige en una de las principales contradicciones que reproducirán otros problemas de salud pública.
La misma OMS, en sus ejercicios de prospectiva señala que para el año 2050 alrededor de 5 000 millones de habitantes enfrentarán la carestía de agua potable, con particulares impactos en naciones del Medio Oriente, pero también con consecuencias en potencias económicas como Estados Unidos, India y China, cuyas demandas en sus procesos de producción y expansión poblacional complican la situación de las poblaciones humanas, particularmente en las megaciudades y regiones urbanas.
En torno al año 2030 las principales disputas en el mundo girarán en torno a los suministros de agua. Y más allá de garantizarse el acceso masivo al preciado líquido como un derecho humano universal, la privatización del servicio y la especulación financiera en los mercados de valores ensanchan las brechas de la desigualdad en el disfrute de ese derecho. La misma devastación ambiental agrava el problema: el uso y desperdicio irracional del líquido vital –por ejemplo, por cada litro de cerveza que el Grupo Modelo produce en su planta de Calera (Zacatecas), se emplean 3,5 y 5 litros de agua (esto es, los 5 130 millones de litros de cerveza producidos absorben cerca 18 000 millones de litros de agua)–, la sobreexplotación de acuíferos y ríos, la contaminación de los mantos freáticos, el colapso climático, la presión poblacional y la irrestricta expansión de la mancha urbana, contribuyen a la carestía del vital líquido, a la intensificación de las sequías –que incluso agobiaron recientemente a California, en tanto el estado más rico de la Unión Americana–, y a la alteración del ciclo del agua. Es un problema de escasez, en parte, a medida que la distribución natural del líquido vital afecta a territorios con climas áridos y semi-secos, pero también –en gran medida– es un problema operativo y de gestión: tan solo en las áreas megalopolitanas de la Ciudad de México y de Guadalajara se desperdicia una tercera parte del agua suministrada; en tanto que el 70 % de las concesiones de agua en la nación Azteca se concentran en 2 % de los usuarios del servicio –la industria minera consumió alrededor de 437 millones de metros cúbicos en el año 2014. Por lo que no es lejano el día en que ello contribuya a la emergencia de hambrunas y a mayores tensiones regionales e internacionales.
Conflictos violentos destacados en el mundo se presentan en el Golfo de Bengala (India) en la Cuenca de Zambeze, así como el llamado “drama del Volta”, las “batallas de Mali” y la “tragedia del Nilo” –estos cuatros en África. Se suman a ellos potenciales conflictos en amplias regiones que circundan las cuencas de los ríos Nilo, Tigris, Eufrates, Indo, Ganges y Colorado –este último en los Estados Unidos. México no está al margen de ello, pues en regiones del seco y norteño estado de Sonora también afloran conflictos y desabastos; lo mismo que en la región lacustre de Cuitzeo en el estado de Michoacán.
La nación Azteca experimenta en 83 % de su territorio problemas de sequía en distintos grados. Además, se tienen registros que consignan que alrededor de 41 millones de mexicanos no tienen acceso al suministro del vital líquido en su vida cotidiana; al tiempo que 8,5 millones de habitantes aún carecen de conexión a las redes de agua potable.
El mantra del fundamentalismo de mercado –difundido desde hace tres décadas por organismos internacionales como el Banco Mundial– no es la solución ante la masiva carestía de agua potable en el mundo. La privatización del agua y de sus servicios de suministro solo incrementa la exclusión social, tanto en las grandes urbes como en las regiones rurales. Más aún, los procesos de bursatilización emprendidos desde diciembre de 2020 en los mercados de futuros de Wall Street y que ya cotizan al agua como materia prima, afianzarán la lógica excluyente y concentrarán los beneficios en pocas manos –principalmente en los megabancos y los grandes fondos de inversión. De ahí que sea relevante comprender el carácter geoestratégico del agua y su lugar crucial en el engranaje del patrón de acumulación imperante.
Mientras no se modifique radicalmente el patrón de producción y consumo (desde pequeñas acciones en los hogares hasta radicales cambios en los organismos de suministro y en las grandes empresas depredadoras), el capitaloceno continuará succionando agua por doquier sin consideraciones respecto a las necesidades de las poblaciones aledañas a minas (https://bit.ly/2NUlUI8), maquiladoras, cerveceras y demás actividades productivas devastadoras. De ahí que sea urgente declarar al agua como un bien público global y garantizar su suministro como derecho humano fundamental. La solución no atraviesa por los cauces de la iniciativa privada, pues contrario a la creencia difundida de que ésta garantiza un uso racional y preservacionista del vital líquido, el afán de lucro y ganancia –que forma parte de enraizadas estructuras de poder, riqueza y dominación– es el origen del problema respecto a la desigualdad en el acceso y disfrute del agua.
Isaac Enríquez Pérez. Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos. Twitter: @isaacepunam
Por Isaac Enríquez Pérez para Rebelión.