Por Marc Vandepitte para dewereldmorgen y traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus.
En los últimos días ha habido mucho alboroto por el anuncio de Pfizer y AstraZeeca de que suministrarían menos vacunas de lo contratado en Europa. La decisión unilateral, el motivo trivial y la comunicación bruta mostraron una vez más las brutales relaciones de poder a las que estamos expuestos en el sector de la salud. ¿No es hora de que pongamos nuestra casa en orden?
“El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado
cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso
en una sociedad organizada políticamente de forma democrática.”
Albert Einstein
Nos enfrentamos a la mayor crisis sanitaria de los últimos cien años. Cada seis segundos alguien muere de COVID-19. La administración de una vacuna a una gran proporción de la población mundial es crucial para controlar esta crisis.
Sin embargo, la realidad es que dependemos casi por completo de unos pocos gigantes farmacéuticos para esta campaña de vacunación. Acaparan toda la producción, determinan los precios y se encargan de la distribución de las vacunas. Lo único que les interesa son las ganancias. Nuestros gobiernos solo observan pasivamente.
Puede que nos hayamos acostumbrado, pero en realidad es improbable e inaceptable que dependamos completamente de managers de empresas no elegidos, que además se guían por motivos económicos, para obtener medicamentos y vacunas que salvan vidas.
La industria farmacéutica está muy concentrada y reinan unas diez compañías. Para la producción de vacunas la concentración es aún mayor: casi todo el conocimiento está en manos de sólo cuatro empresas: GSK, Johnson & Johnson, Pfizer y Sanofi.
Pocas industrias son tan mimadas como la industria farmacéutica. Casi toda la Investigación & Desarrollo se hace en laboratorios gubernamentales y universitarios, pagados por los contribuyentes. El sector también cuenta con créditos fiscales y otras concesiones financieras para cubrir posibles riesgos. Una vez que se desarrollan las drogas se pueden patentar. A los consumidores y al gobierno se les cobra entonces precios altos.
No es de extrañar que los gigantes de la industria farmacéutica tengan los márgenes de beneficio más altos de todas las industrias. Su rendimiento es 17,3 por ciento en comparación con un promedio de 11,5 por ciento en las otras industrias. A menudo se “olvidan” de pagar impuestos sobre sus altísimas ganancias. Sólo los cuatro mayores gigantes farmacéuticos están esquivando 3.800 millones de dólares en impuestos al año.
Si esas superganancias se utilizaran para la innovación y las inversiones, todavía se podrían defender. Desafortunadamente, lo contrario es cierto. Los gigantes farmacológicos están gastando más en el pago de dividendos y la recompra de sus propias acciones que en investigación y desarrollo. Además, casi una quinta parte de todos los beneficios van a marketing y publicidad. Por último, de toda la investigación y desarrollo en Europa, sólo una décima parte es verdaderamente innovador. El otro 90 por ciento son los llamados “medicamentos de imitación” (en inglés “me-too drugs”) o drogas que hacen pequeños cambios en una droga ya existente.
Desde el brote de SARS en 2002, otro coronavirus, los científicos nos han advertido repetidamente de una nueva pandemia. En 2016 la Organización Mundial de la Salud colocó los coronavirus entre las ocho principales amenazas virales, que requerían más investigación. Pero las grandes empresas farmacéuticas se negaron a hacer ninguna investigación sobre eso porque no había expectativas de ganancias en ese momento.
Como resultado, el año pasado no estábamos preparados para la llegada del SARS-CoV-2, el más reciente coronavirus. Esta vez, sin embargo, los gigantes farmacéuticos sí estaban dispuestos a lanzarse a la investigación. De hecho, lo vieron como un una oportunidad única para obtener unos megabeneficios. Vacunar a todos los habitantes del mundo representa un mercado de varias decenas de miles de millones de dólares. Es algo que no querían dejar pasar, especialmente cuando los gobiernos están dispuestos a cubrir muchos riesgos y ayudar con generosos subsidios.
Dado el estado de emergencia y urgencia, pudieron hacer tratos ventajosos y secretos con los gobiernos desde su posición de monopolio. Por ejemplo, las compañías farmacéuticas están protegidas de los posibles efectos secundarios negativos de la vacuna. El hecho de que el precio de las diferentes vacunas varíe entre 2 y 18 euros muestra que se hacen superganancias. Moderna, por ejemplo, anuncia unas ganancias para este año de 13.200 millones de dólares. Eso es 220 veces lo que tuvieron como volumen de negocios total el año pasado …
Las primeras vacunas se desarrollaron a un ritmo récord. En sí mismo es algo bueno y incluso era necesario, aunque varias preguntas siguen sin respuesta (véase el anexo). Pero, el desarrollo de la vacuna es una cosa, su producción y distribución es otra. En los últimos días hemos visto que las cosas han ido mal en ese aspecto. Y no es una coincidencia.
Dada la escala y la urgencia del problema, se necesita una enorme capacidad de producción. Según el profesor Oertzen de la Universidad de Lüneburg, los fabricantes de vacunas tienen poco interés en aumentar rápida y masivamente su propia capacidad de producción. Si aumentaran su capacidad para abastecer a todo el mundo en seis meses, las instalaciones recién construidas estarían vacías inmediatamente después. Esto significaría un beneficio mucho menor respecto a las previsiones actuales, en las que las fábricas existentes producen durante años a su capacidad actual.
Tampoco tienen ningún interés en liberar la vacuna. Ahora los gigantes farmacéuticos mantienen en secreto los resultados de sus investigaciones, lo que significa que la producción de vacunas sigue en sus manos, pero también está restringida. Si compartieran su vacuna con otros productores, sería posible una distribución rápida y asequible de las tan necesitadas vacunas.
La falta de capacidad de producción no sólo afecta al personal sanitario de nuestros hospitales y a nuestros compatriotas. Afecta aún más a los habitantes de los países del Sur. Según la situación actual 9 de cada 10 personas en los países más pobres no serán vacunados este año. 50 expertos de nuestro país declararon en una carta común: “Además del sufrimiento humano que este retraso causará, le da al virus un tiempo adicional para propagarse y mutar”. El jefe de la Organización Mundial de la Salud advierte que el mundo está al borde de una “bancarrota moral catastrófica”.
Hay tres maneras de evitar este fracaso moral. Podemos mimar aún más a los gigantes farmacéuticos dándoles subsidios adicionales y dándoles primas por entregas más rápidas. Probablemente no haya mucho ánimo para esta opción. Además reforzaría aún más el desequilibrio de poder.
La segunda opción: podemos levantar las patentes y compartir las vacunas con otras instituciones de investigación y empresas interesadas, con o sin pagos de compensación. Esa es la forma en la que la vacuna contra la gripe se ha producido durante los últimos 50 años. Eso debería ser lo mínimo.
Tercera opción, podemos ir aún más rápido y, como en una economía de guerra, podemos poner a las empresas a trabajar para proporcionar la producción necesaria. Esta vía es probablemente la única que garantizará una capacidad de producción suficiente. Fue la vía que eligió China masivamente al principio del brote para fabricar mascarillas, respiradores y otros equipos de protección. Es el camino que sigue hoy Estados Unidos. Recientemente, la administración Biden ha invocado la Ley de Producción de Defensa para obligar al sector privado a acelerar la producción y distribución de vacunas.
La cuestión de la lentitud de la producción y distribución de vacunas pone de relieve una vez más la incapacidad del sector privado y las fuerzas del mercado para aprovechar al máximo el potencial de producción existente y dar prioridad a las necesidades más urgentes. Eso ya quedó claro en el primer confinamiento cuando hubo una gran escasez de mascarillas y equipos para hacer pruebas.
Es indecente que las empresas farmacéuticas se aprovechen de una situación de emergencia para obtener grandes ganancias. El hecho de que estén causando un retraso en la campaña de vacunación en aras de las ganancias se podría incluso calificar de criminal.
Lo mínimo que les deberíamos exigir a esas empresas, además de la liberación de las vacunas, es que compartan sus superganancias. Eso es exactamente lo que pide Moon Jae-in, el presidente de Corea del Sur. Las ganancias deberían ir primero a Covax. Es un programa cuyo objetivo es proporcionar vacunas asequibles a los países del Sur. Además, estos fondos pueden servir para aliviar las desigualdades creadas como resultado de la pandemia.
Pero también debemos mirar hacia el futuro. El coronavirus está mutando y seguirá mutando. Aún no está claro si las vacunas actuales nos protegen contra estas mutaciones y en qué medida. En todo caso necesitamos algún tipo de vacuna universal contra el coronavirus que ofrezca suficiente protección contra todas las variantes posibles, y si es posible también contra Sars y Mers. Esto requiere una investigación fundamental.
Si la industria farmacéutica quiere mantener su credibilidad, tendrá que hacer algo al respecto. Y si no lo logra, nos tendríamos que preguntar si no sería mejor que el gobierno se haga cargo del sector. Hay demasiado en juego.
Debido a la corta duración de la fase de desarrollo, no se puede saber cuánto tiempo seguirá siendo efectiva la vacuna. ¿Bastará con una sola vacuna o habrá que hacerlo regularmente, como en el caso de la vacuna contra la gripe? Además, no se sabe (todavía) si la vacuna detendrá el contagio o si sólo lo reduce. Las primeras vacunas producidas fueron diseñadas principalmente para reducir al máximo los síntomas de COVID-19 y no para detener la infecciosidad. Tampoco se sabe aún si la vacuna es eficaz en todos los grupos de edad, incluidos niños y ancianos. Ni tampoco si es efectiva en personas con factores de riesgo subyacentes.
En Occidente se ha podido desarrollar una vacuna más rápidamente porque había y hay muchas más infecciones, lo que es beneficioso y necesario para el proceso de investigación. Los países asiáticos (o Cuba), por el contrario, necesitan mucho menos esa vacuna y por eso se pueden permitir el lujo de tomarse más tiempo para poner en marcha una campaña de vacunación. Mientras tanto, pueden aprovechar la experiencia adquirida en Occidente. En cierto modo, nos están mirando experimentar y están esperando para ver cómo nos va a nosotros.
Por Marc Vandepitte para dewereldmorgen y traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus.