Europa se ha convertido en un lugar en el que las ideas de extrema derecha se han normalizado y han ocupado su lugar en la política del continente en los últimos 30 años.
El Informe sobre la Islamofobia en Europa, publicado desde 2015, demuestra claramente que el racismo contra los musulmanes está en auge en todo el continente. El lenguaje de la política, los medios de comunicación y la élite europea está lleno de discursos discriminatorios y racistas hacia los musulmanes. Aquellos activistas que se oponen a estos discursos y políticas son presionados, mientras que las ONG son cerradas por motivos superfluos.
Los ministerios del Interior están ocupados en crear proyectos como el “islam alemán” o el “islam francés”, entrometiéndose en las discusiones teológicas de distintos grupos religiosos de manera contraria al secularismo de los estados europeos.
Aquellos que aceptan estos proyectos son calificados como “liberales, buenos y musulmanes aceptables”, mientras que aquellos que no lo hacen son tachados de “malos, radicales y musulmanes no deseables”.
Si se tiene en cuenta toda esta propaganda negativa hacia los musulmanes, es absurdo esperar que el ciudadano europeo medio deje de creer que los musulmanes suponen una amenaza para Europa.
La minoría musulmana en Europa carece de un peso económico y cultural. En la vida política, académica, cultural y en los medios de comunicación prácticamente no existen ni están representados.
El número de musulmanes en Europa tampoco es tan elevado como sus enemigos alegan, ni serán la mayoría en los próximos cien años. Así mismo, marginar y discriminar a los musulmanes no tiene ningún precio político, legal, social ni económico en Europa.
Dicho esto, nadie alega que los musulmanes y sus sociedades carezcan de situaciones que criticar. Se enfrentan a numerosos problemas desde la violencia de género hasta el radicalismo y el terrorismo.
No obstante, es cuestionable que estos problemas se relacionen con los musulmanes cuando también existen en otras sociedades y religiones.
En los últimos 30 años, Europa se ha convertido en un lugar en el que las ideas de extrema derecha se han normalizado y han ocupado su lugar en la política del continente.
Durante este período se evidenció el fracaso de la diversidad cultural, mientras partidos de extrema derecha se han convertido en socios de gobiernos o han formado grupos parlamentarios por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial.
Los discursos de sus líderes han empezado a trazar el rumbo de las políticas de los países europeos. Incluso líderes convencionales como Emmanuel Macron, Sebastián Kurz y Mark Rutte han adoptado su discurso y han empezado a implementar sus políticas. Al final ha surgido una Europa cada día más autoritaria.
Macron es un buen ejemplo de esta situación. Ascendió al poder como esperanza para el liberalismo. Hoy, abrumado por los problemas económicos y estructurales de su país, ha optado por criminalizar a los musulmanes y por implementar políticas y medidas que solo un Gobierno de extrema derecha aplicaría tan solo para salvar su futuro político.
En vez de luchar contra el radicalismo y las organizaciones terroristas tras los atentados del Daesh en Francia, Macron eligió a los musulmanes como objetivo. No en vano el filósofo francés Roland Barthes dijo que “el fascismo era la obligación de hablar y no de callar”.
Francia se enfrenta a una serie de problemas serios. La mejor prueba de esto son las manifestaciones de los chalecos amarillos. A estos hay que añadir los problemas surgidos a raíz de la pandemia de la COVID-19. La administración francesa no ha encontrado otro remedio a estos problemas que usar la violencia policial y presentar un proyecto de ley que encubra esta violencia en vez de evitarla.
Como se puede ver, los musulmanes no son la única víctima del auge del autoritarismo y el fascismo en Francia.
La historia nos enseña que las minorías débiles son las primeras víctimas del fascismo, los grupos que piensan de manera diferente son los siguientes y por último el resto de la sociedad. Es hora de que Europa despierte.
Una Europa diseñada en base a la enemistad contra el islam no va a ser más libre sino todo lo contrario. Está claro que una Europa así no va a perjudicar solo a los musulmanes.