Por José Antonio Egido para elcomun.es
El mantenimiento en el poder en Bielorrusia desde 1994 del antiguo miembro de base del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y antiguo director de una granja soviética o koljós Alexander Lukashenko se entiende únicamente como expresión de la resistencia de la clase trabajadora y del pueblo de este país al desmembramiento de la URSS en 1991 y a la instauración de un capitalismo mafioso como ha ocurrido en otras antiguas repúblicas soviéticas (Lituania, Letonia, Estonia, Ucrania, Georgia…). En el referendo sobre el futuro de la URSS realizado en marzo de 1991 el 82,7% de la población bielorrusa manifestó su deseo firme de seguir unida a esta gran unión federal socialista. Porcentaje favorable superior al de Rusia donde el 75% se manifestó a favor.
En diciembre de 1991 la contrarrevolución dirigida por un agente de la CIA infiltrado en la cúpula rusa del PCUS, Boris Yeltsin, tomó el poder en Rusia, derrocó el socialismo e ilegalizó el PCUS. Con el objetivo de disolver la URSS el enemigo del Pueblo Yeltsin convocó el 8 de diciembre de 1991 en el bosque bielorruso de Belazheva a los secretarios generales de los Partidos Comunistas integrados en el PCUS de Ucrania y Bielorrusia para firmar juntos el fin del acuerdo de 1922 que dio lugar al nacimiento del primer Estado de obreros y campesinos. El secretario general del PC de Belarús y presidente de esta República Socialista Soviética (RSS) Stanislas Shushkievich, un partidario del capitalismo, traicionó desvergonzadamente la voluntad muy amplia de su pueblo de seguir perteneciendo a la gloriosa URSS. Uno de los jefes de la actual oposición a Lukashenko, Alexander Dabravolsky, dio apoyo entonces a Shushkievich para destruir el socialismo.
Los órganos de máxima dirección del PCUS a nivel central y republicano habían caído mayoritariamente en manos de pro capitalistas como Gorbachov, Shevarnadze, Yeltsin y el bielorruso Shushkievich mientras que excepcionalmente en el nivel superior como Egor Ligachov y, sobre todo, en los niveles medios y en su base militante eran mayoría los partidarios del socialismo como el bielorruso Lukashenko, el letón Rubiks, el moldavo Voronin o el ruso Ziuganov.
El pueblo bielorruso hizo presidente en 1994 a Lukashenko porque prometió no ir al capitalismo y tratar en lo posible de restaurar la Unión Soviética. La bandera roja y blanca de la contrarrevolución capitalista y nacionalista (en el Este europeo el nacionalismo es expresión fascista opuesta al socialismo y a la democracia) fue reemplazada por una bandera muy similar a la de la RSS de Belarús. Bajo la dirección de Lukashenko este pueblo heroico debió abordar la reorganización de la vida social y económica ante el hundimiento de la federación, con un Estado independiente que no deseaba, roto el mercado integrado que era la Unión y sin el PCUS que era el eje central de la vida política, económica y cultural. Debió insertarse en un mundo dominado por un capitalismo eufórico y más agresivo que nunca para sobrevivir exportando su maquinaria industrial de alto nivel que antes exportaba a los pueblos soviéticos y del campo socialista. Incluso en tales condiciones adversas el país ha duplicado su productividad. Esta gesta liderada por Lukashenko evidencia que es incierta la afirmación de que los pueblos soviéticos se rindieron mansamente sin luchar contra el capitalismo. Algunos resistieron con las armas en las manos como en Moldavia, el Cáucaso y el Este de Ucrania, otros enfrentándose en las calles a la contrarrevolución como en Moscú en 1993, otros creando poderes pro soviéticos como en Belarús y otros respaldando lideres leales a la URSS como en Belarús, varias regiones autónomas de Rusia o Pridnestrovie o leales al pueblo ruso como Putin.
Lukashenko construyó con el presidente Chávez una sólida alianza política concretada en la participación de la empresa pública de construcción en la Gran Misión Vivienda Venezuela, entre otros proyectos. Se le recuerda con su hijo emocionado junto al féretro del Comandante Supremo en el triste mes de marzo de 2013 en Caracas.
Belarús ha resistido heroicamente, se ha negado a privatizar su economía como hicieron Rusia y Ucrania, ha preservado parte de la ideología socialista y los derechos sociales como pleno empleo, educación y sanidad pública y ha tratado de acercarse a Rusia y a las antiguas repúblicas hermanas. Su pueblo vive mejor que en los vecinos países ex socialistas destruidos por el capitalismo dependiente. En 1999 firmó con Rusia un tratado de creación de un Estado confederal. Integra la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva con Rusia, Armenia y Kazajstán. Aunque la unión Rusia-Belarús no ha avanzado como debiera ambos países hermanos han estrechado sus relaciones económicas y políticas. Rusia ha seguido un camino económico y social distinto al de Belarús. En la horrible década de los 90 la camarilla pro norteamericana de Yeltsin destruyó la sociedad, arruinó la economía y la privatizó para enriquecer una pequeña oligarquía corrupta. A partir del año 2000 en torno a Vladimir Putin tomó el poder una nueva dirección política, de tipo burguesa antimperialista, que se enfrentó a los oligarcas y a las pretensiones occidentales de desmembrar la Federación rusa y colonizar sus fragmentos.
Belarús con Lukashenko no tomó el camino de las privatizaciones brutales y emergió un capitalismo más débil que convive con un socialismo de intervención estatal, sector público e ideología colectivista. Esa diferencia estructural en ocasiones ha ocasionado diferencias entre ambos países y movimientos erráticos como, por ejemplo, la visita del siniestro Pompeo a Minsk el pasado mes de febrero 2020 que no complació en Moscú.
La base de apoyo de Lukashenko es la clase trabajadora de los centros industriales no privatizados, los campesinos koljosianos de una agricultura aun socialista, la oficialidad de las fuerzas armadas y de seguridad, la población urbana partidaria del socialismo que pertenece o no al Partido Comunista y a otros partidos de izquierda y la población partidaria de estrechar vínculos con el pueblo ruso, hermano cultural e históricamente. La base social de la oposición capitalista es el nacionalismo antirruso, los nuevos capitalistas y cierta intelectualidad sometida a presión ideológica desde los países vecinos lacayos de los EEUU como Polonia, Lituania y Ucrania.
El imperialismo lleva décadas acusando a Lukashenko de ser “último dictador de Europa” como dijeron también del polaco Jaruzelski, del rumano Ceaucescu, del serbio Milosevic y del ruso Putin. Los países fronterizos permiten a las tropas de la OTAN desplegarse amenazadoramente además de servir de base para las actividades opositoras alentadas por Occidente.
Las elecciones de agosto han permitido a la oposición teledirigida por el mismo Pompeo, lanzar una ofensiva para derrocar el gobierno. Las tropas de la OTAN se han desplegado frente a las fronteras del país y la Unión Europea amenazas con las consabidas sanciones. Lukashenko tiene el apoyo de la mayoría de la población y del Ejercito. Rusia ha advertido claramente que no tolerará ninguna injerencia imperialista como la que derrumbó en 2014 el débil gobierno ucraniano de Yanukovich para instalar en Kiev un régimen fascista-nacionalista agresivamente antirruso.
El pueblo patriota pro soviético de Belarús lucha frente a la agitación reaccionaria y la presión imperialista que la respalda. El resultado de esta lucha será probablemente un acercamiento mayor entre Belarús y Rusia y el resto de los pueblos hermanos que saben que juntos podrán defender sus países, asegurar su desarrollo pacífico, un lugar digno en el Mundo y el respeto a sus derechos.
Por José Antonio Egido para elcomun.es