Miles de personas visitan cada año esta maravilla que resplandece en el corazón de la capital de Egipto
También se la conoce como "la Mezquita de Alabastro" por el material que recubre el exterior de los pisos inferiores. Desde muchos puntos de la ciudad, la mirada se posa constantemente en la Mezquita, situada en un punto elevado de la Ciudadela de El Cairo.
Un oasis de calma
En el interior de la mezquita se respira una reconfortante quietud alejada del caos de la capital egipcia. Aquí descansan los restos de Muhammad Alí, cuyo gobierno constituyó una época de modernización del país.
Los minaretes del monumental edificio resplandecen en la noche, recortados sobre el cielo oscuro. Fue construida entre los años 1830 y 1848 en memoria del difunto hijo del gobernador otomano Muhammad Alí
Construida en la Edad Media por Saladino, sultán de Egipto, la Ciudadela está ubicada en un promontorio de El Cairo. Su objetivo era proteger la ciudad de los ataques de los cruzados.
Desde muchos lugares de El Cairo antiguo la mirada se topa con la Mezquita de Muhammad Alí, también llamada "la Mezquita de Alabastro" por el material que recubre el exterior de los pisos inferiores. El imponente templo se alza en lo más alto de la Ciudadela de Saladino, la residencia de los soberanos de Egipto durante 700 años, y hoy un recinto amurallado, con mezquitas, museos y miradores en su interior.
En 1830, Mehmet Alí, entonces valí del sultán turco en El Cairo, mandó erigir la mezquita en recuerdo de su hijo Tusun, caído en combate. Para ese fin hizo venir desde Estambul a Yusif Bushnak, un reconocido arquitecto de la época, quien se inspiró en la Mezquita Azul para construir el monumento.
La Mezquita Azul de Estambul sirvió de inspiración para construir otros templos de su época.
Tras franquear el patio de abluciones, con fuentes y una arquería de alabastro, se accede a la Sala de Oración. Decorada con mosaicos y piedras preciosas, esta estancia alberga el minbar o púlpito y la tumba de Mehmet Alí, de mármol blanco cincelado y piedras preciosas. Sentado en el interior de la mezquita y descalzo sobre las alfombras, el visitante olvida fácilmente el caos de la capital egipcia y experimenta una reconfortante quietud.