El acuerdo de partición de Medio Oriente fue expuesto al público por Izvestiay Pravda el 23 de noviembre de 1917 y por el británico The Manchester Guardian el 26 de noviembre de 1917.
Entre los pactos más trascendentes que dejó la Primera Guerra Mundial, uno de ellos fue, sin lugar a dudas, el conocido como acuerdo Sykes-Picot, en homenaje a sus dos impulsores. Se trata de un documento firmado en secreto por Francia y Gran Bretaña, mediante el cual se estableció una distribución del mapa de Medio Oriente en el que las potencias europeas se repartían zonas de influencia tras la caída del Imperio Otomano. Cuando se celebra el primer centenario de esta firma, conviene repasar el contexto internacional en que se firmó el acuerdo analizando las cuestiones ambientales que lo rodearon y escrutar el contenido secreto del acuerdo por el cual se reestructuraron las fronteras. Porque el acuerdo impulsado por Sykes y Picot es fundamental para entender las actuales tensiones de una región ya de por sí convulsa.
Desdibujando al Imperio Otomano
Desde mediados del siglo XIX, los territorios que conformaban el Imperio Otomano se encontraban disputados por las grandes potencias europeas. Los cambios acontecidos en las comunicaciones y en la tecnología –aparición del buque de vapor, el ferrocarril o el telégrafo, entre otros- impulsaron la expansión del comercio europeo allende sus fronteras continentales. Tal proceso tuvo como contra cara, el aumento del poder armado de las potencias europeas, cuyos primeros ejemplos fueron las conquistas de Argelia y Túnez por Francia (en 1830 y 1881 respectivamente) o el control de Egipto por Gran Bretaña (1882).
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914, los otomanos apoyaron a Alemania y al Imperio Austro-húngaro, enfrentándose a la alianza franco-británica y trasladando el conflicto bélico a su propio territorio. Dada la frágil situación del ejército otomano y su predecible derrota –al luchar contra Rusia en el noreste y contra los británicos en sus provincias árabes-, los cancilleres de Francia y Gran Bretaña, junto a los rusos, diagramaron el reparto de los territorios que resultarían de la disolución del sultanato. De las ruinas de aquel imperio que había gobernado la región durante siglos surgió el laico Estado de Turquía, demarcado territorialmente mediante el Tratado de Lausana.
De aquí en adelante, las ex provincias otomanas quedaron bajo control británico y francés, lo que se traducía como el dominio europeo sobre la totalidad del mundo árabe -con la excepción de algunas regiones de la Península Arábiga-. En suma, para el fin de la guerra, el control militar de Gran Bretaña y Francia sobre el Levante y el Magreb se había consolidado: el mapa de Medio Oriente se reconfiguraba.
Delineando el nuevo mapa
El acuerdo Sykes-Picotes supone la suma de tales movimientos en la región, motorizado por las potencias europeas vencedoras en la guerra. Se trató de un documento firmado en secreto por el diplomático británico Mark Sykes y el francés François Georges-Picot en 1916. En lo sustantivo, el texto sostenía un acuerdo entre ambos gobiernos en torno a las áreas de influencia que dispondría cada parte sobre el territorio de Medio Oriente. El reparto se resumiría de la siguiente manera:
-Francia controlaría el sur de Turquía, Líbano, Siria y el norte de Irak (zona azul)
-Gran Bretaña controlaría el desierto del Néguev, Jordania, Kuwait, la mayor parte de Irak y los puertos de Haifa y Acreen el actual Israel (zona roja)
-En las áreas A y B, Francia y Gran Bretaña “reconocían y protegían” un Estado árabe independiente, pero conservando su prioridad a “derecho de empresas y empréstitos locales”
-El Imperio Ruso controlaría Estambul, los estrechos del Bósforo y parte de la región de Anatolia (zona amarilla)
-Italia se quedaría con el control suroeste de Turquía (zona verde)
-El norte del actual Israel, la ciudad de Jerusalén y Cisjordania sería una zona administrada internacionalmente (zona naranja).
Misivas comprometedoras
Este acuerdo que trazaba una nueva división territorial en la región debe ser interpretado en el marco de otros acontecimientos de la época. El carácter secreto de Sykes-Picot está vinculado con la incompatibilidad de ciertas cláusulas respecto de las promesas hechas por los británicos a Hussein ibn Alí, jerife de La Meca y figura de prestigio en el mundo árabe. Gran Bretaña le había prometido a Hussein el “reconocimiento y apoyo” de la independencia árabe a cambio de su colaboración en la Primera Guerra mediante el aprovisionamiento de armas para una rebelión contra el Imperio Otomano.
Así lo demuestra el intercambio de correspondencias entre Hussein y el alto comisario británico en El Cairo, Henry Mc Mahon, entre 1915 y 1916. Otro de los documentos relevantes es la carta conocida como la Declaración Balfour. Fechada en noviembre de 1917, se trata de un correo firmado por Arthur James Balfour, canciller de Gran Bretaña, para Lionel Walter Roschild, líder de la comunidad judía británica vinculado al movimiento sionista. En el escrito, Balfour manifiesta que el gobierno británico apoya el “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”, poniendo en cuestión lo acordado el año anterior con los franceses: originalmente, la zona de Palestina sería administrada internacionalmente.
A fines de 1917, la Revolución de Octubre en Rusia sucedió al Gobierno provisional erigido tras la caída del zar Nicolás II. Días más tarde, los bolcheviques hallaron una copia del acuerdo Sykes-Picot en las oficinas del gobierno y la publicaron en los periódicos Pravda e Izvestia, desatando un escándalo internacional: la salida a la luz del documento expuso las pretensiones de franceses y británicos sobre su proyecto en la región, las cuales entraban en conflicto con las promesas a Hussein y los árabes, como también respecto de los líderes sionistas.
Aunque Sykes-Picot no se materializó en el terreno tal como había sido diseñado, sentó las bases para el afianzamiento de la administración europea a través de un sistema de mandatos. A partir de la Conferencia de San Remo en 1920 y de la naciente Liga de las Naciones, Gran Bretaña adquirió el mandato de Irak y Palestina mientras que Francia se hizo responsable de Siria y Líbano. En los hechos, se trató del comienzo de la construcción de los Estados-nación en un Medio Oriente post-otomano.
Debatiendo sobre la vigencia de Sykes-Picot en la actualidad
El centenario de la firma del acuerdo Sykes-Picot plantea un debate en torno a su vigencia en tanto como punto de partida para comprender y explicar los conflictos contemporáneos en Medio Oriente.
Según la narrativa dominante, en la actualidad asistimos al “fracaso de Sykes-Picot”, verificado en los numerosos conflictos internos que sufren varios Estados como Siria, Irak, Libia o Yemen. Siguiendo esta interpretación, la división territorial establecida por el acuerdo se constituye como el primer motor de los enfrentamientos armados en el que se hallan sumidos estos países. Al haber creado “Estados artificiales” mediante la imposición de fronteras que no respetaban las diferencias locales religiosas, sectarias o étnicas, los problemas llegarían inevitablemente tarde o temprano.
En primer lugar, esta narrativa ignora el hecho de que las fronteras de un Estado-nación siempre poseen carácter artificial ya que son producto de la lucha de intereses o de negociaciones entre distintos actores políticos. En este sentido, difícilmente existirá un país en donde la población “aglutinada” bajo la forma de un Estado-nación haya sido homogénea. Lo problemático no reside en la supuesta arbitrariedad de las fronteras, sino en que Sykes-Picot encarnó el ingreso de los países occidentales en esos territorios, y del modelo de Estado liberal, exportado desde las grandes capitales europeas.
En segundo lugar, la idea de que la inestabilidad en Medio Oriente es un producto directo de la reunión de diferentes sectas bajo un mismo Estado no resulta demasiado precisa. Es cierto que la región presenta una diversidad nacional y religiosa particular, debido a la presencia de grupos árabes, kurdos, sunitas, chiitas, judíos, persas, cristianos, alauitas y bereberes entre otros. Pero la separación o unión de estos colectivos bajo fronteras modernas no implicó necesariamente su enfrentamiento. La convivencia entre judíos y musulmanes en la Palestina otomana o el hecho de que la mayor comunidad judía en Medio Oriente después de Israel se halle en Irán demuestra que el problema no es esencialmente sectario. Por el contrario, deberíamos señalar los manejos destinados a apuntalar, diferenciar y contraponer deliberadamente estas diferencias sectarias con fines políticos. Podríamos destacar el manejo del partido Baath por Saddam Hussein durante su gobierno a expensas de los chiitas y los kurdos iraquíes, la priorización del discurso religioso que conllevó la ocupación de Jerusalén oriental en 1967 en el conflicto político palestino-israelí o la tensión entre Arabia Saudí e Irán debido a la hegemonía regional antes que una disputa sunita-chiita.
Abrir el foco para no caer en la miopía analítica
Por último, sostener que los procesos de Medio Oriente se explican solamente mediante Sykes-Picot significa un abordaje con un alcance limitado. Por supuesto que el factor sectario es relevante y que el acuerdo anglo-francés expresó un momento bisagra en la historia de la región, pero la historización no se puede detener allí. El plano de lo simbólico debe ser considerado también: los movimientos nacionalistas árabes, el islam político y hasta Daesh se encargaron de denunciar el acuerdo como la evidencia de la injerencia extranjera y colonial en las tierras árabes o musulmanas. Hasta tal punto que en 2014, Daesh declaró la desaparición del acuerdo Sykes-Picot tras borrar la frontera sirio-iraquí, evidenciando un nuevo intento por reconfigurar el mapa de Medio Oriente.