Madres palestinas, no hay refugio para el amor

Madres palestinas, no hay refugio para el amor

Ser madre palestina en Gaza es enfrentar el miedo y la incertidumbre diarias, lidiando con la constante posibilidad de perder a tus hijos. La violencia impide el acceso a lo esencial y obliga a un éxodo perpetuo. Sin embargo, el amor y la determinación por proteger a la familia son una resistencia valiente ante la adversidad.
Annur TV
Wednesday 23 de Apr.
Madres palestinas, no hay refugio para el amor

Ser madre palestina en Gaza es vivir cada día con el peso insoportable del miedo y la incertidumbre. Es experimentar el dolor constante de saber que, en cualquier instante, la violencia puede arrebatarte lo que más quieres, puede llevárselos a ellos, para siempre. Es mantenerte al lado de ellos sin descanso, porque separarte un solo instante significa arriesgar cada latido, cada risa, cada esperanza.

Ser madre palestina en Gaza es decidir que no vas a separarte ni un momento de ellos, porque en cada despedida se oculta el peligro de un adiós eterno. Es buscar que, si llega la muerte, os debe pillar juntos, compartiendo destino. Es no poder llorar la pérdida de tus hijos, porque, cuando la bestia se los lleve, tu vas a irte con ellos; es también imposibilitar que se queden huérfanos y desamparados por tu ausencia porque el destino te haya señalado esta vez a ti. La responsabilidad de proteger a tus hijas, de asegurarte de que al menos en ese último suspiro estén juntas, y de que tú estés junto a ellas, se entrelaza con la amarga sospecha de que esa máquina de muerte que quiere acabar con vosotras va a quedar sin castigo, que vuestros asesinos van a seguir paseándose por palacios mientras tú y tus hijas e hijos quedáis enterradas bajo los escombros de la casa de otros que, a su vez, quedarán enterrados bajo los restos de una casa que tampoco conocían.

Significa habitar un espacio donde cada amanecer se llena de angustia, donde la represión y la ocupación te niegan lo esencial: hospitales, medicinas, agua y alimentos. Es soportar la obligación de moverte sin tregua, de correr de un lado a otro en un éxodo impuesto, sin garantías de un refugio seguro. Cada desplazamiento se siente como una huida perpetua, una lucha desesperada para proteger a quienes amas en medio de la violencia.

Ser madre en Gaza es, además, vivir el eco del dolor de épocas oscuras, una experiencia que evoca el sufrimiento acumulado de generaciones que han soportado opresión y abandono. No se trata de una licencia literaria ni de una metáfora grandilocuente, sino de la cruda realidad: el temor a que la violencia, como una realidad inminente, caiga sobre ti y tus niños y, en un instante, la pesadilla se convierta en la más negra de las realidades, en la de perder lo que más quieres.

Ser madre palestina en Gaza es sobrevivir sufriendo el dolor constante que provoca la bestia sionista, es vivir a la vez en el gueto de Varsovia y en campo de exterminio de Treblinka mientras que los nazis de hoy no llevan las esvásticas de 1943 sino la bandera de la entidad sionista. No hay agua ni alimentos porque los nuevos nazis bloquean su entrada al gueto, tus niños tienen que beber agua de las cloacas o del mar: a los que no mueren se les impone un éxodo forzado sin tregua. Cada desplazamiento se convierte en una lucha por la supervivencia, en una ruta marcada por humillaciones de los verdugos. Y mientras el mundo mira, Israel ofrece a tus hijos solo dos caminos: el exilio o la muerte. Sin embargo, en medio de esta lucha diaria, se forja una fuerza: el amor incondicional y la determinación de no ceder ante la violencia, de no rendirse nunca ante la injusticia.

Ser madre palestina en Gaza significa, sobre todo, vivir una resistencia silenciosa y valiente, en la que cada latido es una promesa de que, aunque el mundo intente arrebatarte la seguridad y la paz, tu compromiso con la vida y el futuro de tus hijos será siempre la resistencia que ilumina la oscuridad.

Por Manu Pineda


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