Esta jornada, instaurada en 1979 tras la Revolución Islámica, fue promovida por el ayatolá Ruholá Jomeini como una expresión de solidaridad con el pueblo palestino y su lucha contra la ocupación israelí. Pero más allá de un acto simbólico, esta fecha refleja la centralidad de la cuestión palestina en la política exterior iraní.
Las relaciones entre Irán y Palestina, en particular con los grupos armados de la Resistencia Palestina—como HAMAS y la Yihad Islámica—, ocupan un lugar singular en la estrategia de la República Islámica.
Esta prioridad no responde únicamente a la estrecha cooperación con los mencionados grupos, sino a la carga simbólica de Palestina dentro del discurso político iraní. La lucha palestina se ha convertido en un significante esencial que define la identidad de la República Islámica y refuerza su narrativa de resistencia frente a Occidente y sus aliados en la región.
Quince años antes de la Revolución Islámica de 1979, el ayatolá Ruholá Jomeiní ya había situado la causa palestina en el centro de su discurso político. Desde sus primeras intervenciones públicas, denunció la estrecha relación del régimen del sah Mohammad Reza Pahlaví con Israel y Estados Unidos, acusándolo de transformar Irán en un mercado dependiente de las importaciones israelíes, mientras Tel Aviv se consolidaba como el principal comprador de petróleo iraní.
En aquellos años, la represión interna estaba en manos del temido SAVAK, el servicio de inteligencia del sah, creado con el respaldo del Mossad y la CIA. Imam Jomeiní no dudó en señalar esa conexión y llegó a formular una pregunta provocadora en uno de sus sermones: "¿Es el sah un israelí?" Sus críticas al "traidor sah" llevaron a su arresto en junio de 1963, lo que desencadenó un levantamiento popular conocido como el Movimiento del 15 de Khordad. Muchos analistas consideran este episodio como el primer gran acto de resistencia que, más de una década después, desembocaría en la revolución de 1979.
Más allá del derrocamiento del monarca, la Revolución Islámica fue, en esencia, un levantamiento contra la hegemonía occidental, donde Israel ocupaba un lugar central en el discurso islamista. No se trataba solo de un cambio de régimen, sino de una transformación con una marcada carga antiimperialista, cuyo objetivo era erradicar la influencia política y cultural de Occidente, vista como la raíz de la opresión en Irán y en el resto del mundo musulmán.
Desde sus primeros años como líder religioso y político, el ayatolá Ruholá Jomeiní situó la causa palestina como una prioridad dentro de su discurso antiimperialista.
Tras el triunfo de la Revolución Islámica en 1979, el nuevo sistema rompió relaciones con Israel, cerró su embajada en Teherán y cedió el edificio a Yasser Arafat, líder de la OLP, quien se convirtió en el primer mandatario extranjero en visitar Irán.
La antigua sede diplomática israelí se transformó en la primera embajada palestina en la región. Además, Imam Jomeiní declaró el último viernes de Ramadán como el Día de Al-Quds, un símbolo de solidaridad con la causa palestina.
El líder iraní enmarcó su postura en la dicotomía entre mostazafin (oprimidos) y mostakberin (opresores). Desde esta lógica, Israel era un “Estado usurpador” construido sobre los derechos palestinos, lo que, según Teherán, justificaba la lucha para recuperar los territorios ocupados. Esta visión, que descarta cualquier reconocimiento o negociación con Tel Aviv, ha permanecido invariable en la República Islámica.
Durante la presidencia de Mahmoud Ahmadineyad, la retórica en torno a Palestina se intensificó, calificando la causa como “la mayor injusticia de la historia”. El actual líder, Ali Jamenei, ha continuado en la misma línea, describiéndola como la cuestión central del mundo islámico. Sin embargo, pese a la firme posición oficial, Irán distingue entre judaísmo y sionismo, considerando este último un proyecto colonial.
En 2005, Jamenei rechazó propuestas de líderes árabes para expulsar a los judíos de la región y planteó una alternativa: un referéndum en Palestina en el que votaran todos sus habitantes –musulmanes, judíos y cristianos– para decidir el futuro del Estado. Según sus declaraciones, Irán respetaría cualquier resultado. No obstante, ante la negativa israelí a esta opción, el líder supremo ha defendido la resistencia armada como el único medio viable para recuperar los territorios ocupados.
El Día Internacional de Al-Quds, instaurado por Jomeiní en 1979, sigue siendo una fecha clave en la agenda política iraní y del mundo islámico. En un contexto marcado por el brutal genocidio israelí sobre Gaza, la conmemoración de esta jornada se ha convertido en un recordatorio de la centralidad de la causa palestina en la política regional.
Según Jafar Qannadbash, miembro del Consejo Estratégico de Relaciones Internacionales de Irán, cualquier intento de desmarcarse de la causa palestina supone un riesgo de desestabilización interna para los gobiernos de la región, que se enfrentarían a la presión de sus propias sociedades. “La cuestión palestina sigue siendo un eje fundamental de la política regional, y cualquier traición a su causa representaría un riesgo de descontento y revuelta popular”, afirma el analista.
Para Irán, el Día de Al-Quds no es solo un acto de protesta, sino la reafirmación de un compromiso político y estratégico. Desde la perspectiva de Teherán, Palestina e Irán no mantienen una relación meramente transaccional, sino que forman parte de un mismo proyecto político cuyo objetivo final es la erradicación de todas las formas de opresión.
Fuente: Hispantv
