En consecuencia, la forma en que se etiqueta la violencia y cómo los medios globales informan —o ignoran— sobre las atrocidades varía significativamente. Esta dualidad se evidencia claramente en las masacres en curso de la minoría alauita en Siria, donde más de 1300 civiles han sido asesinados en tan solo 72 horas por fuerzas leales al nuevo gobierno sirio liderado por Hay'at Tahrir al-Sham [HTS], Abu Mohammad al-Julani. A pesar de la magnitud de la violencia, la cobertura mediática occidental ha sido silenciada, lo que pone de relieve un preocupante patrón de negligencia cuando las víctimas del terrorismo no son occidentales. Este ensayo examina las masacres alauitas como un caso práctico de sesgo mediático, vinculándolo con críticas históricas sobre cómo se enmarca el terrorismo y qué sufrimiento merece atención global.
Una catástrofe humanitaria ignorada
Desde el 7 de marzo de 2025, las fuerzas de seguridad sirias y las milicias aliadas han ejecutado asesinatos sistemáticos de civiles alauitas en Latakia y Tartus, el corazón histórico de la minoría alauita en Siria. Informes verificados del Observatorio Sirio de Derechos Humanos [SOHR] detallan sucesos horrorosos, incluyendo la muerte de más de 500 hombres, mujeres y niños alauitas en un solo día, muchas de las cuales fueron baleadas a quemarropa o quemadas vivas en sus hogares. Los sobrevivientes describen una campaña para "purgar" a los alauitas de la costa siria, en la que las fuerzas de seguridad saquean propiedades, queman aldeas y torturan a civiles. A pesar de que el nuevo gobierno afirma buscar una "gobernanza inclusiva", ha destituido a funcionarios alauitas y no ha protegido a la población civil, mientras que al-Julani ha defendido públicamente la represión como necesaria.
Sin embargo, los titulares de medios occidentales como FOX News y CNN han relegado estos eventos a breves actualizaciones, a menudo eclipsados por la cobertura de Ucrania o la política estadounidense. Esto contrasta marcadamente con la extensa cobertura de los atentados de París de 2015 (130 muertos) o el atentado de Manchester de 2017 (22 muertos). Esta disparidad pone de relieve una jerarquía racializada del duelo: las vidas de personas no blancas y no occidentales se invisibilizan a menos que encajen en las narrativas preconcebidas del "terrorismo".
Contradicciones en el etiquetado del terrorismo
Las masacres alauitas revelan contradicciones en el enfoque de la violencia política. El HTS de Al-Julani —antigua filial de Al-Qaeda— lidera ahora el gobierno sirio, fusionando la autoridad estatal con la ideología terrorista. Esto complica las narrativas mediáticas, ya que, si bien los atentados suicidas del HTS fueron universalmente etiquetados como "terrorismo", sus atrocidades actuales como poder gobernante se presentan como "enfrentamientos" o "asesinatos por venganza". El término "terrorismo" se desvanece cuando los perpetradores ostentan legitimidad estatal y se alinean con los intereses occidentales, incluso cuando sus tácticas imitan las de grupos no estatales. Además, los alauitas, asociados con el derrocado régimen de Asad, son retratados como "daños colaterales" en una lucha de poder, en lugar de víctimas del terrorismo sectario. Esto contrasta marcadamente con la condena inmediata del genocidio yazidí perpetrado por ISIS en 2014, que encajó en el modelo de "terrorista contra minoría".
Las investigaciones de la Base de Datos Global sobre Terrorismo muestran que el terrorismo a menudo se define no por el acto en sí, sino por la identidad de los perpetradores y las víctimas. Cuando la violencia se dirige contra grupos marginados en conflictos no occidentales, se la denigra como «conflicto étnico» o «guerra civil».
Paralelos históricos: lecciones del pasado
Las masacres alauitas evocan episodios pasados en los que se minimizaron las atrocidades no occidentales, como el Genocidio Tamil de Sri Lanka (2009), donde las fuerzas gubernamentales mataron a 40.000 civiles tamiles en meses, pero los medios occidentales lo enmarcaron en gran medida como una operación "antiterrorista". De manera similar, en Yemen, los ataques aéreos liderados por Arabia Saudita, respaldados por Estados Unidos, han matado a 377.000 yemeníes desde 2015, recibiendo una cobertura mínima en comparación con el conflicto de Ucrania. En ambos casos, la violencia contra las poblaciones no blancas fue excluida del marco del "terrorismo", lo que refleja el concepto de necropolítica del filósofo Achille Mbembe: el poder de decidir qué muertes son lamentables. Los alauitas, al igual que los tamiles y los yemeníes, se consideran inlamentables, ya que su sufrimiento perturba las narrativas simplistas del "bien contra el mal".
La complicidad de los medios y el doble rasero
Los estudios muestran sesgos sistemáticos en la cobertura del terrorismo, incluyendo que los ataques perpetrados por musulmanes reciben un 449% más de cobertura que los perpetrados por no musulmanes, incluso con bajas comparables. El lenguaje juega un papel crucial; los perpetradores blancos son etiquetados como "lobos solitarios" o "enfermos mentales", mientras que los perpetradores musulmanes son etiquetados como "terroristas" por defecto. Las fuerzas de Al-Julani, a pesar de sus raíces terroristas, escapan a la etiqueta ahora que gobiernan. Este sesgo se extiende a Siria: mientras que el genocidio de ISIS contra los yazidíes dominó los titulares, las masacres alauitas —igualmente sectarias— quedan relegadas a notas a pie de página. Medios como The Guardian y Reuters mencionan los asesinatos, pero evitan términos como "terrorismo" o "genocidio", utilizando frases pasivas como "los enfrentamientos provocaron muertes".
Conclusión: El costo del silencio
Las masacres alauitas no son solo una tragedia siria, sino una prueba de fuego para la ética mediática global. Al negarse a calificar de terrorismo las masacres sectarias patrocinadas por el Estado, los medios de comunicación legitiman el régimen de al-Julani y borran la humanidad de las víctimas alauitas. Este silencio perpetúa ciclos de violencia, como se vio en Sri Lanka y Yemen, donde la impunidad siguió a la indiferencia. Para desmantelar esta jerarquía, los medios deben aplicar el término "terrorismo" de manera uniforme, etiquetando la violencia estatal y no estatal con base en actos, no en identidades. Deben amplificar las voces marginadas, centrándose en los testimonios alauitas, y desafiar la necropolítica reconociendo que todas las vidas, independientemente de su raza o religión, merecen el mismo dolor.
Mientras los sobrevivientes alauitas piden una intervención internacional, sus gritos se hacen eco de una verdad universal: hasta que los medios de comunicación se liberen de los marcos racializados, el “terrorismo” seguirá siendo una herramienta de borrado, no de justicia.
Fuente: Al Ahed