El régimen israelí y Estados Unidos, a través de Turquía, presionaron para obtener una concesión final del entonces presidente sirio Bashar al-Assad antes de orquestar un complot meticulosamente coreografiado para derrocarlo: normalizar las relaciones con la entidad sionista o dimitir.
Turquía añadió sus propias demandas, incluida la aceptación de su presencia militar en el norte de Siria y la anexión de territorios como la provincia de Iskandaroun.
Cuando se rechazaron esas demandas, se desató un motín. Las declaraciones falsas crearon confusión entre los soldados sirios, mientras que muchos generales militares fueron sobornados o persuadidos abiertamente para participar en un golpe de Estado contra el gobierno democráticamente elegido de Asad antes de que Hayat Tahrir al-Sham llegara a Homs.
El asedio generalizado que siguió, que duró cinco años, creó condiciones desesperadas para el Ejército Árabe Sirio. En virtud de las agobiantes sanciones estadounidenses, cada soldado sirio recibía sólo 30 dólares al mes como salario y necesitaba rehabilitación.
Esto abrió una ventana a la desintegración, la corrupción, las deserciones y la infiltración. Esas vulnerabilidades resultaron ser un lastre importante para Assad y los aliados de Siria, hasta el punto de que, según se informa, Assad rechazó las ofertas iraníes para que el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) entrara en Siria, probablemente para evitar provocar ataques israelíes.
Israel había advertido y amenazado al gobierno sirio contra tales acciones, según informes.
Ahora, cuando el gobierno sirio ha caído oficialmente, el régimen de Tel Aviv ha pasado a ocupar un territorio sirio dos veces más grande que Gaza, en una flagrante violación del acuerdo de 1974 que exigía su retirada de Quneitra y del Monte Hermón.
Envalentonado por el derrocamiento de Assad, el régimen israelí ha avanzado en territorio sirio, llegando a Damasco y ocupando efectivamente todo el sur de Siria bajo la cobertura de bombardeos indiscriminados.
El régimen también se ha posicionado a lo largo de la frontera sudoriental, frente a la provincia libanesa de Rachaya. Tras violar en múltiples ocasiones los términos de su alto el fuego con el Líbano, se prepara para nuevas agresiones, en las que probablemente se enfrentará a una resistencia más cercana por parte de Hezbolá.
Al ocupar el monte Hermón y cercar una mayor parte del Líbano desde el este, el régimen israelí busca aislar a la resistencia libanesa. Su objetivo es cortar las rutas de suministro de Siria al Líbano y detener la transferencia de armas a las facciones de la resistencia palestina, en particular en la Cisjordania ocupada.
Tras la caída de Siria en manos de grupos militantes respaldados por Estados Unidos y sus aliados, la entidad sionista bombardeó más de 310 instalaciones militares y navales, almacenes y aeródromos sirios en dos días, destruyendo sistemáticamente equipos y desmilitarizando el país árabe.
Esta campaña garantiza que Siria permanezca indefensa, impidiendo que las armas caigan en manos de los adversarios.
Sorprendentemente, la llamada “oposición siria” –integrada por militantes de 91 nacionalidades, de las cuales sólo la mitad son árabes– no resistió ni condenó la agresión sionista. En cambio, su líder, Mohammad al-Jolani, declaró que “no estaba listo para la guerra” con el régimen de Tel Aviv y optó por atacar a Hezbolá y a las fuerzas iraníes, tal como le habían ordenado sus partidarios.
Los acontecimientos de la semana pasada han sido totalmente dramáticos y se han producido a un ritmo vertiginoso. La salida de Assad no es una gran noticia para el frente de resistencia, pero éste tampoco depende de individuos y entidades.
Como subrayó el líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyyed Ali Khamenei, en su discurso del miércoles, la presión sobre la resistencia genera fuerza. La resistencia no puede desaparecer, sólo se hace más fuerte.
Aquellos preocupados por el futuro de la resistencia deberían buscar oportunidades en medio del caos y el colapso social, entornos en los que la resistencia ha florecido históricamente.
Por ejemplo, tras la aparición del grupo terrorista Daesh en Irak, surgió Hashd al-Shaabi. En Yemen, la lucha por el poder posterior a la Primavera Árabe fortaleció al movimiento Ansarallah. De manera similar, durante la guerra civil del Líbano y la ocupación israelí, la resistencia de Hezbollah cobró importancia.
El Líbano, que ahora está bloqueado por todos lados, salvo por tierra, se enfrenta a desafíos comparables. Sin embargo, el movimiento de resistencia libanés se ha estado preparando para este tipo de escenarios durante casi dos décadas. El hecho de que el régimen israelí se haya visto obligado a buscar un acuerdo de alto el fuego después de casi 70 días de agresión desenfrenada demuestra que Hezbolá sigue siendo una fuerza a tener en cuenta.
La revolución de colores de 2005, orquestada por Estados Unidos y diseñada para cortar los lazos entre Siria y el Líbano, sirvió como advertencia para que la resistencia libanesa fortaleciera sus capacidades internas.
A pesar de los asedios a Gaza desde 2006 y a Yemen desde 2015, ambos movimientos de resistencia han prosperado, utilizando creativamente viejas reservas y desarrollando capacidades internas autosuficientes.
Bajo el liderazgo del general Qassem Soleimani, el máximo comandante antiterrorista fallecido, varias facciones del eje de la resistencia mejoraron sus capacidades de producción y consolidaron la interdependencia regional.
Hezbolá, en particular, ha demostrado independencia en la producción de drones y misiles. Sus extensos arsenales subterráneos incluyen misiles sirios, lo que lo convierte en uno de los ejércitos más grandes del mundo.
En enero, Sayyed Hassan Nasrallah comentó en tono más ligero que Hezbollah tenía tantos misiles de producción propia que podría empezar a venderlos. Más tarde, se revelaron atisbos de enormes instalaciones de cohetes de precisión Imad-4, lo que daba una pista del alcance de su arsenal.
La experiencia de Hezbolá en materia de bloqueos lo ha preparado para cualquier eventualidad, incluido el aislamiento de Siria. En 2011, las fuerzas terroristas takfiríes intentaron cortar las rutas de suministro de Irán a través de Siria hacia el Líbano, atacando las armas de Hezbolá y los recursos económicos vitales del Líbano.
Estas rutas proporcionaron recursos esenciales como combustible y medicamentos durante la crisis económica del Líbano posterior a 2019, que privó a la nación de atención médica y electricidad. La destrucción de Siria liderada por Estados Unidos busca sumir al país y a la región en una sumisión política y económica total.
A pesar de estos desafíos, Hezbolá ha innovado constantemente en sus rutas de suministro. Muchas de las transferencias de armas de Siria a la resistencia eran secretas o de contrabando, y es probable que esto siga siendo así.
En 2011, Assad señaló que no se podía detener el contrabando, y destacó el acceso de Hezbolá al mar y las fronteras de Siria con Irak. “Hezbolá no está sujeto a un embargo, tiene el mar de un lado y Siria, y Siria tiene a Irak en parte de su frontera. No se puede detener el contrabando aunque se quiera”, señaló.
Hezbolá seguirá adaptándose y moviéndose en medio del caos a través de rutas tanto superficiales como subterráneas.
Si bien la presencia de más de 50 grupos militantes en Siria plantea diversos desafíos, sus divisiones y la ocupación israelí también ofrecen oportunidades para generar resistencia. Como afirmó el Ayatolá Jamenei, la resistencia se fortalece en medio de la opresión y la ocupación.
El líder de la Revolución Islámica advirtió recientemente contra la desesperación y la subestimación del enemigo. Reconoció los reveses, pero recordó a sus partidarios que el frente de resistencia no es una entidad frágil.
“La resistencia es una fe, un pensamiento, una decisión sentida y definitiva”, afirmó, enfatizando que la presión sólo la fortalece.
Julia Kassem es una escritora y comentarista radicada en Beirut, cuyo trabajo aparece en Press TV, Al-Akhbar y Al-Mayadeen English, entre otros.
Fuente: PRESSTV