«¿Qué tratado ha respetado el hombre blanco que el hombre rojo haya roto? Ninguno. ¿Qué tratado ha hecho el hombre blanco con nosotros que después él haya respetado? Ninguno. Cuando yo era niño, los siux eran los dueños del mundo; el sol se levantaba y se ponía en sus tierras. Hasta diez mil hombres iban a la guerra. ¿Dónde están hoy los guerreros? ¿Quién los ha exterminado? ¿Dónde están nuestras tierras?». -Toro Sentado, legendario Jefe Sioux, 1876
“Somos los pieles rojas de los colonos judíos en Palestina. A sus ojos nuestro solo y único rol consistía en desaparecer. En ello, es evidente que la historia del establecimiento de Israel es una continuación del proceso que dio nacimiento a los Estados Unidos de América. Este es probablemente uno de los elementos esenciales para entender la solidaridad recíproca entre ambos”. -Elías Sanbar, Conversación con Gilles Deleuze, 1981.
En el siglo XIX se hizo tristemente célebre el apelativo de “pielrroja” para referirse, en forma peyorativa, a los pueblos indígenas de los Estados Unidos. El término fue inventado por los colonizadores ingleses desde finales del siglo XVI, pero solo se generalizó su empleo cuando los estadounidenses se dieron a la tarea genocida de eliminar a los habitantes originarios de las tierras del norte de América. En forma sádica el término se asocia con las cabelleras rojas por la sangre de los indígenas asesinados y que eran exhibidas por los colonos estadounidenses para comprobar que habían liquidado a los “salvajes” que se interponían en el camino de los “blancos civilizados” y su destino manifiesto de apropiarse de todo el territorio de Norteamérica siguiendo la ruta del sol.
Este genocidio adquirió legitimidad cultural a través de la literatura, el cine y la televisión, medios todos a través de los cuales se presentaba una versión invertida y mentirosa de la realidad histórica: los indígenas fueron los agresores y criminales y los colonos blancos fueron unas mansos corderos que tuvieron que defenderse. Esto se repite como un mantra en la actualidad en los Estados Unidos, a través de libros de texto, series de televisión, películas… donde se ha convertido en una verdad oficial compartida por millones de habitantes de ese país. Esta falta de sensibilidad con los vencidos y el respaldo a la acción de los genocidas (entre los cuales se encuentran presidentes, militares, escritores, aventureros…), que oculta la magnitud del genocidio cometido en el “país de la libertad”, se replica en gran medida en todas las guerras de conquista y agresión que Estados Unidos ha emprendido contra el mundo entero desde comienzos del siglo XIX.
Los indígenas de América del Norte sufrieron un genocidio planificado, que llevó a la eliminación física de millones de seres humanos, a la expulsión de sus tierras, al despojo y la apropiación de sus bienes naturales por parte de los colonos blancos y a la desaparición de culturas milenarias. También generó resistencias y rebeliones por parte de los grupos indígenas, y cuando esto ocurría se consideraba inaudito y casi antinatural, porque no era posible que los salvajes osaran defenderse y levantar la mano contra los blancos civilizados y cristianos que les llevaban el progreso y la prosperidad.
Eso mismo es lo que hoy soportan en carne viva los palestinos, masacrados inmisericordemente por los nazisionistas de Israel, a los que se persigue, asesina y expulsa con los mismos procedimientos brutales de los colonos de los Estados Unidos en el siglo XIX.
COLONIALISMO ELIMINACIONISTA
Los colonizadores y genocidas de Europa siempre tuvieron como modelo de referencia el exterminio de los indígenas en el siglo XIX. A ese modelo criminal se le conoce con el apelativo de “colonialismo eliminacionista”, un derivado del colonialismo de asentamiento, colonialismo de ocupación o de colonialismo de colonos. Estas denominaciones apuntan a señalar las características centrales del proceso de sometimiento y exterminio de los habitantes originarios por parte de los europeos o sus descendientes en Estados Unidos, Australia, Argelia, Sudáfrica, Rodesia, Israel… En esos casos el objetivo es el exterminio de los nativos y su reemplazo por europeos. En el camino hacia ese objetivo, destructor de seres humanos, de su cultura y de su medio ambiente, puede esclavizarse a poblaciones enteras o exterminarlos en forma expedita, porque a la larga lo que importa es despejar el territorio de sus incomodos ocupantes y ponerlo a disposición de los colonizadores.
El colonialismo eliminacionista caracteriza el proyecto sionista en Palestina, en una típica replica del colonialismo de asentamiento. Y en eso no se diferencia de la trayectoria genocida de diversos imperios coloniales durante los últimos cinco siglos. Eso mismo fue lo que quiso hacer Adolfo Hitler, quien era un admirador del proyecto genocida llevado a la práctica en el “Lejano Oeste” por los estadounidenses. El nazismo pretendía ampliar las fronteras de Alemania hacia el Este y para hacerlo posible se requería eliminar a los habitantes de esos territorios (de Polonia y la Unión Soviética hasta los montes Urales) y reemplazarlos con “arios puros”, que deberían dedicarse a la producción agrícola que alimentaran a la gran Alemania. Allá se quería replicar lo hecho en Estados Unidos casi al pie de la letra. Estados Unidos era el imperio ejemplar, porque había exterminado a los pielrrojas y había ocupado esas tierras con blancos civilizados.
Este colonialismo eliminacionista recurre a una serie de justificaciones que se basan en el racismo, la pretendida superioridad del “hombre blanco”, la supremacía de la “civilización” sobre la “barbarie”, la prelación de la religión de los colonos por encima de las “creencias paganas” de los indígenas, el proclamar que esos indígenas son un estorbo para el avance del progreso a quienes se debe eliminar a toda costa, y se anuncia que eso se hace en beneficio de la humanidad. Eso mismo dijeron los “padres” de la independencia de Estados Unidos. Al respecto, George Washington ordeno la destrucción de la Confederación iroquesa y recurrió al asesinato indiscriminado, a la expulsión brutal de los indígenas de sus territorios ancestrales. Y de esa forma estableció los soportes del “genocidio exitoso” del siglo XIX en Estados Unidos, de donde se expandió por Europa, como muestra del efecto de demostración, ejemplarmente criminal, del exterminio perpetrado por los pioneros yanquis en el Lejano Oeste.
Esas prácticas genocidas las mantuvieron y ampliaron las clases dominantes de Estados Unidos. Por ejemplo, Tomas Jefferson, otro “padre fundador”, planteó que ese país debería sustentarse en un vasto régimen agrario de pequeños propietarios que deberían ocupar todo el continente. Para hacerlo posible era necesario exterminar a la “maldita raza roja”, que se oponía al avance de ese proyecto de pequeños colonos. Con esto se dio paso al asesinato legalizado de los habitantes originarios de los actuales Estados Unidos, con saña, meticulosidad, premeditación y alevosía criminal. Este proceso de exterminio se realizó conjuntamente entre tropas regulares del ejército, unidades paramilitares que se denominaban “exploradores” y grupos armados de los colonos. Todos procedían violentamente contra los nativos, con fusilamientos indiscriminados, violaciones, quema de poblados, destrucción de reservas alimenticias, eliminación de los bisontes ‒soporte vital de muchos pueblos indígenas‒, expulsiones masivas, transmisión de enfermedades en una guerra biológica premeditada, como cuando en 1837 le “obsequiaron” a un grupo de indígenas unas mantas con viruela que mató a unas cien mil personas.
Se utilizaron otros métodos, entre los que sobresalió la destrucción de las comunidades mediante el suministro de ron, de lo que alardeaba Franklin Pierce, quien llegara a ser presidente de los Estados Unidos: «Si era el designio de la Providencia extirpar a aquellos salvajes y dejar sitio para los cultivadores de la tierra, no parece improbable que el ron haya sido el medio indicado».
En síntesis, los colonos de Estados Unidos eliminaron a millones de pielrrojas mediante una combinación de procedimientos violentos y “legales”, porque cuando llegaban a las tierras indias llevaban en una mano un contrato de compra de los terrenos, en la otra portaban una botella de ron, bajo el brazo sostenían una biblia y en su espalda colgaba un fusil.
RACJSMO ELIMINACIONISTA
La eliminación masiva de los pielrrojas en Estados Unidos gozó de un gran apoyo público, de la misma forma que los linchamientos de negros se convirtieron en un deporte nacional de los Estados Unidos y en una fiesta en que los blancos asesinos hacían picnics mientras ahorcaban y quemaban a los negros. Recordemos, de paso, que los colonos de Israel se acomodan en sus confortables sillones y, desde las tierras robadas a los palestinos, observan, aplauden y se regocijan con los bombardeos devastadores que desde el aire realizan los aviones de Israel. Cada vez que cae una bomba y destruye casas palestinas y mata a niños y mujeres, los colones festejan y bailan.
En Estados Unidos, ideólogos, escritores, investigadores, científicos, periodistas y políticos participaban en la legitimación de los crímenes. Así, Andrew Jackson, quien llegó a ser presidente de Estados Unidos, aseguraba que los indígenas eran una enfermedad que contaminaba la frontera del país y debía ser extirpada para que no quedara nada de esa raza inferior.
En Estados Unidos se referían al “Lejano Oeste” y los nazis hablaban del “Salvaje Este”, que igual estaba poblado por animales incivilizados. Y no podía ser de otra forma, por la superioridad natural de los “arios”, blancos puros en Estados Unidos y en Alemania. Había allí un proyecto típico del colonialismo eliminacionista, consistente en cambiar a la fuerza la demografía de un territorio. Se trataba de “europeizar” territorios salvajes, en los cuales se desconocía la existencia de habitantes y si se aceptaba que unos pocos residían allí se les consideraba un estorbo que bien podía borrarse del mapa, para tener acceso libre a las tierras, supuestamente, incultas y vacías.
En Estados Unidos el genocidio fue exitoso para los colonos porque se implementó la sustitución racial mediante la eliminación y expulsión de los indígenas y la ocupación de sus territorios por parte de los invasores blancos. Además, este genocidio se convirtió en un mito identitario de Estados Unidos, como consecuencia de lo cual los asesinos son héroes a los que se glorifica, mientras los pielrrojas son vistos como barbaros y atrasados que no merecían existir. Los nazis mataron a millones de seres humanos, con la misma lógica genocida de los estadounidenses, transformaron la demografía del continente, pero no pudieron alcanzar su meta de conquistar y someter a todos los pueblos del este de Europa ni convertir a esos territorios en zonas germanizadas. En ese sentido, los nazis fueron unos genocidas de menor nivel que sus maestros de los Estados Unidos, quienes sí completaron el proceso de exterminio de los pielrrojas.
En la actualidad, y vaya la aparente paradoja de la historia, son los nazisionistas de Israel los que intentan llevar a la práctica, y con el mismo racismo de los blancos y la pretendida superioridad de los europeos, el proyecto de matar y expulsar a todos los palestinos y reemplazarlos demográficamente por “colonos civilizados”. Por eso, Israel es el heredero de la estela de sangre y muerte que dejaron los estadounidenses en el “Lejano Oeste” y de los nazis en el “Salvaje Este” o la “California del Este” y eso lo demuestra a diario con la sevicia de la cúpula sionista, que enorgullecería a sus maestros del genocidio, Andrew Jackson, Hitler y compañía.
Las etapas del genocidio de los indígenas americanos
El exterminio de los indígenas en los Estados Unidos siguió varias etapas, que es bueno tener en cuenta al observar lo que hace el estado sionista de Israel en la Palestina histórica. Se comenzó con la clasificación que se basaba en criterios racistas, biológicos y religiosos. Ahí adquirió funcionalidad el calificativo de pielrrojas para referirse de manera indiscriminada y peyorativa a un variopinto y complejo grupo de pueblos indígenas, en donde había una variedad social y cultural que no cabía en los ojos de los colonizadores, puesto que existían pueblos que habitaban en medios naturales tan diferentes que iban desde las praderas hasta las áridas tierras del desierto. Existían pueblos sedentarios, nómadas, cazadores, recolectores, ganaderos, que compartían un rasgo común: no conocían la propiedad privada. Esta característica ayuda a comprender la identificación peyorativa de los pielrrojas por parte de los colonos estadounidenses, muchos de ellos venidos de Europa en el siglo XIX, puesto que el gobierno federal de los Estados Unidos estableció que las tierras del oeste eran de su propiedad y les vendían o cedían lotes de tierra a quienes allí quisieran establecerse. Esto implicaba la expulsión y muerte de los pielrrojas y eso fue lo que efectivamente se hizo, a partir del criterio eurocentrista de que la propiedad privada es sagrada y quienes no comparten ese dogma son salvajes que no merecen vivir.
Con criterios racistas se procedió a discriminar legalmente a los indígenas, que no eran ciudadanos y carecían de derechos civiles y políticos. Enseguida, vino la deshumanización, puesto que se presentaba a los indígenas como animales, ratas, alimañas, perros salvajes y otros calificativos similares. Después vinieron las masacres que, de manera indiscriminada, buscaban la eliminación física de niños y mujeres, para evitar la reproducción de las comunidades indígenas. Luego se planteó claramente una “solución final” para la cuestión pielrroja, consistente en expulsarlos de sus territorios, matar la mayor parte de ellos utilizando todos los métodos posibles, y a los pocos sobrevivientes albergarlos en “reservas indias”. Para completar el proceso genocida, los indígenas fueron eliminados de la historia, porque se buscaba desaparecerlos del mundo real y borrar cualquier vestigio material y espiritual de su existencia. Al respecto, valga recordar que un ilustre genocida y colonialista británico de nombre Winston Churchill ‒Premio nobel de Literatura para más señas‒ dijo en 1937: “Yo no admito que se haya hecho nada malo a los pieles rojas de América, ni a los negros de Australia, cuando una raza más fuerte, una raza de mejor calidad, llegó y ocupó su lugar”. Por su parte, Adolfo Hitler hacia con sorna una seudo pregunta, que sintetiza el objetivo del colonialismo de exterminación: “¿Quién se acuerda de los pieles rojas?”.
Un guion que se repite al pie de la letra por parte de los genocidas de Israel en Palestina, cuyo objetivo supremo es la apropiación de ese territorio y la desaparición de sus habitantes milenarios.
EL PROCESO DE EXTERMINIO
Se calcula que la población indígena de los Estados Unidos cayó de doce millones en el siglo XVI a 250 mil en 1900, habiéndose acentuado el exterminio en el siglo XIX, la época dorada del genocidio en el Lejano Oeste. Esta hecatombe demográfica fue resultado de la combinación de violencia organizada (estatal y paramilitar), de expulsión y desplazamiento, de transmisión de enfermedades, de la destrucción de las condiciones ecológicas que posibilitaban la supervivencia de los indígenas. Al respecto, el hecho más impactante fue la masacre consciente de búfalos y bisontes. Solo entre 1872-1873 fueron exterminados 3.500.000 búfalos por orden de un general del ejército federal de Estados Unidos. Este animalicidio planificado fue de tal magnitud que prácticamente extinguió a los bisontes que pasaron de unos 60 millones en 1850 a mil ejemplares en 1883.
En los siglos XVIII y XIX se presentaron centenares de masacres de indígenas, perpetradas conjuntamente por miembros del Ejército y civiles paramilitares. Entre las más célebres por su crueldad está la de Wounded Knee, Dakota del Sur, el 29 de diciembre de 1890. Fue perpetrada por el Séptimo Regimiento de Caballería, mientras los indígenas participaban en la Danza de los Espíritus, un ritual con el que trataban de conjurar la presencia del hombre blanco. Fueron masacrados con armas de fuego 300 miembros de los Dakotas y heridos otros 50 y 200 de los muertos eran mujeres y niños. Por la matanza fueron condecorados varios miembros del regimiento con la medalla de Honor. Este hecho estaba inscrito en el robo de tierras y en el exterminio de los bisontes.
Otro hecho genocida es el que se conoce como El Sendero de las Lágrimas. Hace referencia al desplazamiento forzado de cinco tribus indígenas en el suroeste de Estados Unidos, donde sus 60 mil miembros ocupaban diez millones de hectáreas. Ese suelo era ambicionado por los colonos expansionistas y era impulsado directamente por el presidente Andrew Jackson que continuamente afirmaba: «¿Qué hombre de bien preferiría un país cubierto de bosques y poblado por unos pocos miles de salvajes a nuestra extensa República, salpicada de ciudades, pueblos y prósperas explotaciones agrícolas?». Los cherokee fueron expulsados y emprendieron un viaje de 1300 kilómetros por el Sendero de las Lágrimas. Fueron diezmados por las enfermedades y el hambre. De 18 mil indígenas que empezaron el trayecto solo sobrevivieron 4000.
APLASTAMIENTO BRUTAL DE LAS REBELIONES DE LOS PIELRROJAS
Cuando los indígenas se rebelaban y defendían sus tierras, sus valores y su cultura eran cruelmente reprimidos. Un solo ejemplo es ilustrativo al respecto. En la última semana de diciembre de 1862 se presentó la peor “masacre legal” de indígenas en los Estados Unidos, luego de que un grupo de Sioux se levantara contra el gobierno federal por incumplir acuerdos sobre tierras y no darles los recursos económicos a que se había comprometido, con lo cual los estaba matando de hambre.
Los nativos de Dakota se levantaron contra los colonos blancos y en los fieros combates murieron medio centenar de colonos y 60 indígenas. Lo que vino después fue la represión oficial por parte del gobierno federal, que ejecutó en la horca, a manera de venganza y escarnio público, a 38 indígenas del pueblo Dakota. Los indígenas que sobrevivieron fueron expulsados de sus tierras. Al principio se había anunciado el ahorcamiento de 300 indígenas por parte del gobernador local. El presidente de entonces, Abraham Lincoln ‒famoso por ser un abolicionista de la esclavitud de los negros‒, dio la orden, con nombre propio, de los 38 indígenas que debían ser ahorcados, y efectivamente lo fueron.
Hoy en Palestina sucede exactamente lo mismo: represalias indiscriminadas contra los habitantes de los territorios ocupados en forma permanente, que se acentúan cuando los palestinos se resisten y rebelan, como sucedió el 7 de octubre de 2023. Ahora, los métodos de escarnio son mil veces más asesinos, puesto que se usan todo tipo de armas sofisticadas cuyo efecto es letal y mata de manera inmediata a miles de personas.
«PIELRROJAS» Y PALESTINOS
Con los elementos antes señalados no es difícil concluir las razones por las cuales los palestinos son los pielrrojas del siglo XXI. Habría que agregar que, igual que en el siglo XIX, un Estado lleva a cabo con plena impunidad y apoyo de la “comunidad internacional de delincuentes” el exterminio físico, cultural e histórico de un pueblo, que en la realidad ha sido abandonado a su propia suerte, lo mismo que aconteció con los pielrrojas en el siglo XIX. De la misma manera, se usan todos los métodos de exterminio y se implementan un amplio abanico de prácticas genocidas, obviamente incrementadas en el caso de Israel por la sofisticación tecnológica empleada, que no tiene nada que envidiarle a la Alemania nazi, como vimos la continuadora natural del genocidio indígena de los Estados Unidos.
En esa perspectiva, el genocidio de nuestros días es mucho más avasallador y de efecto inmediato, con un margen de destrucción que pulveriza lo que encuentra a su paso para querer borrar la presencia de los palestinos en sus territorios ancestrales. Esos efectos también son de largo plazo, porque la posible reconstrucción de las ciudades y pueblos arrasados, allí donde fuera posible, tardará décadas e incluso siglos.
El objetivo es similar en los dos casos, porque Estados Unidos y sus colonos pretendían eliminar física y culturalmente el paisaje pielrroja, con su diversidad de costumbres, formas de organización social, creencias, costumbres, para quedarse con las tierras indias, lo que efectivamente lograron. Eso es lo mismo que quieren hacer los sionistas de Israel, con la diferencia de que la resistencia y la rebelión de los palestinos es más constante y prolongada que la de los indígenas y ese es un obstáculo humano que los sionistas no podrán vencer. Porque hacia el futuro inmediato el que va a desaparecer es Israel y su régimen racista y sionista y los que van a pervivir son los palestinos.
Un sondeo cartográfico ayuda a visualizar la similitud de los dos procesos, si nos referimos a la apropiación territorial y a la expulsión o asesinato de sus habitantes originales. En el caso de Estados Unidos, los mapas adjuntos indican la manera como se redujo casi a cero el territorio original de los indígenas:
Existe un mapa todavía más revelador de la expulsión y sometimiento de los indígenas en Estados Unidos, porque indica la manera cómo se les fue arrinconando en un lugar al que se denominó “territorio indio”.
Puede notarse que el objetivo de eliminar a los indígenas consistía en robarles sus tierras ‒lo que se logró plenamente‒ y confinarlos en un reducido territorio en donde se encarcelaba a cielo abierto a los pocos indígenas que sobrevivieron. No es diferente el objetivo de Israel, como lo notamos en estos momentos con la expulsión de los palestinos de sus tierras y el arrinconamiento, similar al de los indígenas de América del Norte, en un reducido territorio, en el que además se les bombardea con sadismo extremo.
Y un elemento que se opone objetivamente al triunfo de Israel, además de la resistencia y la rebelión de los palestinos, tiene que ver con la demografía. En términos cuantitativos, a pesar del genocidio y la limpieza étnica, el pueblo palestino no se ha reducido en cantidad, sino que ha crecido. Esto los diferencia de los «pielrrojas», puesto que la mayor parte de culturas indígenas fueron exterminadas, y solo quedaron unos pocos sobrevivientes para mostrar a los turistas y exhibirlos enjaulados en circos de pueblo o en las reservas indias. En lo que si existe una coincidencia plena es en el sufrimiento de los dos pueblos, como lo dice Finkelstein al final de su libro Gaza. Una investigación sobre su martirio: “‘Llegará un día’, anticipaba Jackson [un historiador estadounidense de finales del siglo XIX] ‘en que el estudiante de la historia americana le parecerá casi increíble’ lo que se le ha hecho a los cherokees. ¿No es verdad que un día el negro historial del martirio de Gaza nos parecerá, retrospectivamente, algo casi increíble?” Mañana parecerán increíbles para cualquier ser humano normal las prácticas genocidas de Israel, por el sadismo alcanzado y nuestros descendientes se preguntarán y nos recriminarán, con toda la razón del mundo, por qué no hicimos nada, en serio, para detener el genocidio nazisionista.
En conclusión, los palestinos son los «pielrrojas» del siglo XXI, pero con la diferencia esencial que nada apunta a que vayan a ser borrados del mapa, pese al genocidio en marcha, como si lo fueron algunos pueblos indígenas, cuya memoria e historia fueron aniquiladas.
Publicado en Revista Izquierda No. 118, Agosto de 2024.