Un soldado, S., recuerda: “Yo mismo disparé algunas balas sin motivo alguno, al mar, a la acera o a un edificio abandonado”. Esta práctica fue descrita como una forma de aliviar el aburrimiento entre los soldados.
El ejército "israelí" ha retenido sus regulaciones sobre apertura de fuego desde la década de 1980, lo que ha dado lugar a reglas vagas que quedan libradas a la interpretación de los soldados y sus comandantes.
El sociólogo político Yagil Levy señaló que desde la Segunda Intifada, “el ejército no ha dado a los soldados reglas escritas de combate”. Esta laxitud ha provocado numerosas muertes de civiles e incidentes de fuego amigo, con 324 soldados “israelíes” muertos desde que comenzó la invasión, al menos 28 de ellos por fuego amigo.
Un soldado, B., describió el ambiente permisivo: “Había una libertad total de acción... Si hay [incluso] una sensación de amenaza, no hay necesidad de explicarlo, simplemente se dispara”. B. contó un incidente ocurrido en noviembre, cuando los soldados mataron a varios civiles durante la evacuación de una escuela. “Todos los que iban hacia la derecha murieron: entre 15 y 20 personas. Había una pila de cadáveres”.
Los soldados también dieron testimonio de una cultura de disparos indiscriminados. S. mencionó que los soldados disparaban "incluso sin motivo alguno: cualquiera que quiera disparar, sin importar el motivo, dispara". Esta práctica, denominada "demostración de presencia", tenía como objetivo obligar a la gente a salir de sus escondites.
El reservista M. explicó que las órdenes de disparar sin restricciones a menudo provenían directamente de los comandantes de campo. Compartió que, “los soldados regulares, los oficiales subalternos, los comandantes de batallón, los rangos subalternos que quieren disparar, obtienen permiso”. Esto llevó a frecuentes incidentes de fuego amigo, descritos por Green como el “problema principal” que ponía en peligro las vidas de los soldados “israelíes”.
Los testimonios también revelaron una política sistemática de quema de viviendas palestinas. Green fue testigo de dos casos de este tipo y expresó su frustración diciendo: “Estamos en estas casas no porque pertenezcan a agentes de Hamás, sino porque nos sirven operativamente”. Antes de irse, los soldados amontonaban muebles y quemaban las casas para impedir que los palestinos las volvieran a utilizar o para ocultar pruebas de operaciones militares.
Los soldados describieron una destrucción y un saqueo generalizados. Green contó: “Destruimos todo lo que queríamos... No lo hicimos por un deseo de destruir, sino por una total indiferencia hacia todo lo que pertenece a [los palestinos]”. Agregó que los soldados trataron las casas como “una tienda de recuerdos”, saqueando los artículos y utilizando todo lo que dejaron los residentes.
Los cadáveres de los palestinos se dejaban a menudo en estado de descomposición. S. describió cómo: “Hay más muertes de las que se informan. Estábamos en una zona pequeña. Cada día, al menos uno o dos [civiles] mueren [por] haber caminado por una zona prohibida”. En ocasiones, los cadáveres eran retirados antes de la llegada de los convoyes de ayuda internacional para evitar que se publicaran imágenes perturbadoras.
El portavoz de las Fuerzas de Ocupación israelíes afirmó que las instrucciones para abrir fuego se ajustan al derecho internacional y se revisan periódicamente. Subrayó que la quema innecesaria de edificios y el saqueo contradicen las órdenes militares y que cualquier desviación de estas órdenes será investigada.