El exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger falleció este miércoles a los 100 años de edad. Su empresa de consultoría confirmó el fallecimiento, aunque no ofreció detalles sobre la causa de la muerte.
En toda América latina se lo recordará por su respaldo a dictaduras como las de Videla en Argentina y Pinochet en Chile. En especial por su destacado papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos y por su participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973. En España, la atención está centrada en el soporte que le dio a los últimos años del régimen de Francisco Franco.
El controvertido diplomático se había mantenido activo hasta el final. El pasado julio visitó China, ya cumplidos los 100 años, para reunirse con el mandatario del país, Xi Jinping, y funcionarios de alto rango.
Kissinger había cumplido cien años este en mayo pasado. Llegó a esa edad ciego de un ojo, con dificultad para escuchar y con achaques físicos. Pero conservaba entonces lucidez y dio entrevistas con motivo de su cumpleaños. Kissinger llegó a su centenario considerado un nombre clave de la realpolitik del último medio siglo, pero también señalado por miles de muertes en el mundo, ya sea por la acción directa de sus políticas, como en el sudeste de Asia, o por el apoyo a dictaduras criminales, en América Latina.
La historia del hombre que redefinió las relaciones internacionales comenzó en Fürth, Baviera, el 27 de mayo de 1923. Allí nació Heinz Alfred Kissinger, en el seno de una familia judía. El padre era maestro de escuela. El pequeño Heinz tenía apenas seis meses de vida cuando Baviera fue escenario del tubo de probeta de un proyecto mesiánico: el putsch de la cervecería, por el cual Adolf Hitler fue preso. El fracaso del golpe de Estado no amilanó al futuro líder nazi. Quince años más tarde, cuando se aprestaba a desencadenar la Segunda Guerra, la familia Kissinger salió de Alemania.
El joven Heinz, ya convertido en Henry, terminó el secundario en Estados Unidos y se sumó al Ejército. De ese modo, como soldado, regresó a Alemania, en su condición de bilingüe. Fue parte de la inteligencia militar en la batalla de las Ardenas.
De vuelta en Estados Unidos, se graduó con honores en Ciencias Políticas en Harvard, donde se incorporó como profesor. Su tesis doctoral, Paz, Legitimidad y Equilibrio, se centró en la organización europea a la caída de Napoleón. De algún modo, el joven académico pensaba, a mitad de los años 50, en extrapolar ese escenario a una Europa post-comunista.
Para fines de los 50, Kissinger ya contaba con un padrinazgo político. Nelson Rockefeller, miembro de una de las familias más ricas del país, financió los proyectos especiales del joven profesor en Harvard. Rockefeller tenía ambiciones políticas y sumó a Kissinger como asesor.
En 1959, Rockefeller se convirtió en gobernador de Nueva York. Desde esa posición buscó un año más tarde ser candidato presidencial republicano. Perdió la nominación ante el hombre que pondría a Kissinger en primerísimo plano una década más tarde: el entonces vicepresidente, Richard Nixon.
Cuatro años más tarde, Barry Goldwater, un senador de extrema derecha, postergó las ambiciones de Rockefeller. El gobernador pensó que la tercera sería la vencida en 1968, pero no fue así. Ese año marcó el renacimiento político de Nixon, que ganó las primarias y derrotó al demócrata Hubert Humphrey. En el reparto de cargos, se fijó en el colaborador de Rockefeller: nombró a Kissinger al frente del Consejo de Seguridad Nacional.
Nixon había llegado a la Casa Blanca con la promesa de repatriar a las tropas de Vietnam. La guerra era impopular, tanto como notable era el estancamiento ante un enemigo inferior. El presidente redujo la presencia militar, pero incrementó los bombardeos. Kissinger tuvo un rol clave. La consecuencia fue extender la militarización del sudeste asiático.
Los militares estadounidenses comenzaron a incursionar en la vecina Camboya para atacar desde allí al Vietcong. Como respuesta, Vietnam del Norte derivó esfuerzos en apoyo del enemigo del dictador Lon Noi en la guerra civil que sufría Camboya desde 1967: los Jemeres Rojos. La acción diseñada por Kissinger fue determinante para que Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, se hiciera del poder y desatara una carnicería, con cientos de miles de muertos.
Un escenario similar se dio en Laos, otro país vecino de Vietnam, también sumergido en un conflicto interno, y que, como Camboya, sufrió la incursión militar ordenada por Nixon. En pos de cortar suministros al Vietcong, los bombardeos no dejaron un solo edificio en pie.
Mientras, Kissinger sumaba puntos en una delicada misión: el inicio de las relaciones de Estados Unidos con la China de Mao. A mediados de 1971 viajó en secreto a Pekín, se reunió con el primer ministro Zhou Enlai y sentó las bases para la histórica visita de Nixon, en febrero del año siguiente.
A su vuelta de China, el consejero armó la estrategia de apoyo a Pakistán en su guerra con India, un conflicto que derivó de la guerra de independencia de Bangladesh, hasta entonces una provincia paquistaní. India se impuso después de tres semanas. Kissinger evaluó la posibilidad de que la Unión Soviética se expandiera allí a partir de un tratado de amistad con India. Usó el viaje a China para convencer a Zhou de la conveniencia de aliarse con Washington: los chinos eran aliados de Pakistán.
A comienzos de 1973 se produjo el hecho que terminó de poner al Doctor K, como se lo llamaba, en el centro de las luces. París fue el lugar elegido para las negociaciones de paz con Vietnam del Norte. El interlocutor era Le Duc Tho, quien planteó la imposibilidad de un acuerdo si primero no terminaban los bombardeos. Finalmente, el consejero firmó la retirada de las tropas estadounidenses y la desmilitarización de Vietnam del Sur. La guerra continuó dos años y medio más, hasta la victoria norvietnamita sobre el sur. Eso fue lo que impidió a Le Duc Tho aceptar el Premio Nobel de la Paz en octubre de 1973. El galardón rechazado lo compartió con Kissinger.
La controversia sobre el Nobel a Kissinger aún se mantiene. Ha habido campañas para que se le retire el premio, a la luz de sus antecedentes. El Comité Nobel jamás revocó la concesión de un premio y nunca se mostró proclive a dar el primer paso en el caso Kissinger. Las críticas se incrementan si se tienen en cuenta las fechas. El Nobel fue otorgado un mes después de uno de los hechos más dramáticos de América Latina en el último medio siglo, y que significó la expansión del anticomunismo kissingeriano al Cono Sur: el golpe militar en Chile.
El ascenso de la Unidad Popular había sido un mazazo para Nixon en 1970. Estados Unidos empezó a desestabilizar al primer presidente marxista elegido en elecciones libres. El propio Nixon sostenía que los chilenos se habían equivocado con Salvador Allende y que la Casa Blanca debía enmendar el error.
Kissinger sostuvo la postura de Nixon con estas palabras: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Quedó al frente del Comité 40, una mesa chica integrada por la CIA, el Departamento de Estado y el de Defensa. Allí se motorizó la acción contra Allende. El 11 de septiembre de 1973, la amenaza de la vía chilena al socialismo fue reemplazada por una dictadura brutal, la de Augusto Pinochet.
A las dos semanas de iniciado el régimen de Pinochet, Kissinger fue premiado con el cargo por el cual será recordado. Nixon prescindió de William Rogers y puso al emigrante alemán al frente del Departamento de Estado.
A Kissinger le tocó lidiar, durante sus primeros once meses al frente de la diplomacia estadounidense, con la cuestión de Oriente Medio. Apenas asumido, Egipto atacó a Israel, en lo que marcó el inicio de la guerra de Yom Kippur. El apoyo de Washington a Israel provocó el embargo petrolero de la OPEP, punto de arranque de la crisis del petróleo. Kissinger monitoreó las negociaciones de paz, que culminaron en mayo de 1974 y serían un precedente para los posteriores acuerdo de Camp David.
Fue, sobre todo, una victoria diplomática final para Nixon, jaqueado ya por el escándalo Watergate. De hecho, en algunos círculos de Washington, entre los intrigados por la verdadera identidad de Garganta Profunda (la principal fuente de The Washington Post) se barajaba el nombre de Kissinger. La sospecha recién terminó en 2005, cuando Mark Felt, número 2 del FBI durante el escándalo, admitió haber sido la fuente.
Caído Nixon en agosto del 74, asumió Gerald Ford, que confirmó a Kissinger como canciller. No solamente eso. Ford decidió que no quedara vacante la vicepresidencia y propuso el nombramiento del gran soporte de Kissinger en su ascenso: Nelson Rockefeller.
1975 fue el año en el que el Doctor K ramificó su influencia a otros lugares del mundo. En África, impidió que el Sahara Occidental tuviera su autodeterminación. El territorio era un protectorado español y estaba la promesa de que el pueblo saharaui tendría su gobierno. Sin embargo, Estados Unidos impulsó a Marruecos, en plena agonía de Francisco Franco. El rey Hassan II movilizó a miles de súbditos en la Marcha Verde y España cedió. El Sahara Occidental quedó ocupado desde entonces por Marruecos. Kissinger pensaba que el autogobierno saharaui podría convertir al territorio en un enclave soviético.
De hecho, esa tesis estaba apoyada por lo que pasaba en Angola. La antigua colonia portuguesa consiguió su independencia en 1975 y se desató una guerra civil en la que el Movimiento Popular de Liberación de Angola contó con el apoyo de la Cuba castrista.
Ese mismo año, el nombre de Kissinger volvió a estremecer el sudeste asiático. Otra antigua colonia portuguesa iba camino de independizarse. Ford y Kissinger vieron con preocupación que Timor Oriental podía llegar a tener un gobierno de izquierda. Entonces dieron luz verde a la invasión de Indonesia. El dictador Suharto, un aliado de la Casa Blanca, ocupó la isla y provocó una sangrienta represión.Indonesia era un bastión anticomunista y el espejo para diseñar lo que sería la Operación Cóndor en el Cono Sur, la red de coordinación entre dictaduras latinoamericanas para reprimir a la población civil.
En 1976 Kissinger afrontó el que sería su último año en la cúspide, y América Latina se convirtió en el principal tema de su agenda. Estados Unidos vio con buenos ojos la llegada al poder en la Argentina de la dictadura más terrible del continente. Sin embargo, el Doctor K había tomado nota de lo sucedido en Chile y se permitió dar consejos a los militares argentinos.
Instó a la Junta Militar a actuar en la clandestinidad, evitando imágenes como las que el pinochetismo ofrecía en el Estadio Nacional. Eso sí: al canciller argentino, el vicealmirante César Guzzetti, le recomendó que la metodología de los centros clandestinos fuera rápida para evitar cualquier cuestionamiento. Así se habría plantado la semilla del acuerdo de la dictadura con Burson Masteller, la agencia de publicidad contratada por el régimen de Videla para contrarrestar la "campaña antiargentina". El 21 de junio de 1978, junto con Videla, Kissinger presenció el 6 a 0 de la Argentina a Perú por la Copa del Mundo.
En esos meses del 76, el Secretario quedó en el ojo de la tormenta por el atentado que le costó la vida a Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende. Una bomba en su coche lo mató a él y a su secretaria estadounidense el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de la Casa Blanca. La cercanía de los republicanos con Pinochet generó críticas, en plena campaña electoral. Para peor, Kissinger había viajado a Chile en junio, donde se entrevistó con el dictador (dos días antes, en Santiago, había sido el encuentro con Guzzetti). Allí le dijo que contaba con el apoyo de Estados Unidos y le pidió mejoras en derechos humanos después de tres años de terror. Sin embargo, la sospecha de qué supo o no sobre el atentado lo persiguió desde entonces.
El 20 de enero de 1977, Jimmy Carter asumió como presidente, y terminó la era Kissinger. Carter rompió con la lógica del Secretario y criticó a las dictaduras latinoamericanas. El académico, con 53 años, pasó a la actividad privada en el rubro más común entre quienes dejan la función pública y continúan esos menesteres por otros medios. Esto es, a través del lobby. Se integró a la Corporación RAND (Research and Development, en castellano, Investigación y Desarrollo), una organización que financia el gobierno de Estados Unidos y ofrece servicios de asesoría al Pentágono. En rigor, el vínculo venía desde los años 50 y se habría mantenido mientras fue funcionario de Nixon y Ford.
A esto se suma su presencia en el Grupo Bilderberg, en donde coincidió con el hermano menor de Rockefeller, David. Es un grupo cerrado, que reúne a políticos y empresarios. Es tan hermético que ha dado pie a teorías conspirativas. La presencia de Kissinger como miembro no ayuda a darle prestigio.
Aparte de esto, regresó a la vida académica en la Universidad de Columbia y trató de blanquearse en 1979 con Los años en la Casa Blanca, su libro de memorias. Ya nonagenario, se lo ha visto en el Foro de Davos e incluso se reunió en la Casa Blanca con Donald Trump.
Fue a partir de 1998 cuando la posibilidad de juzgar a Kissinger comenzó a tomar forma. Ese año Pinochet fue detenido en Londres y el rol de Estados Unidos en la dictadura chilena volvió a ser discutido. La apertura de documentos clasificados contribuyó a los cuestionamientos contra el antiguo secretario. El periodista y escritor inglés Christopher Hitchens le dedicó un volumen, Juicio a Kissinger, que compendia su historial.
Hitchens, fallecido en 2011, estimó que el arresto de Pinochet abría una nueva era en la cual Kissinger podía y debía dar cuentas ante la Justicia. En 2001, ante la salida de su libro, declaró a PáginaI12: “Desde el principio de la administración Nixon hasta el fin de la administración Ford las huellas que dejó Kissinger son visibles y van de Vietnam hasta Camboya, pasando por Chile, Bangladesh, Grecia y Timor Oriental. Lo que pasó con él es que continuó siendo un personaje ambiguo, protegido gracias a su gran poder”.